Necios patinando en círculo. En círculo. Hasta romper el hielo. Y caer. ¿Quién sobrevivirá?
Y ahí están patinando. Unos por un hueso y otros por sobrevivir. Ahí está el hielo rechinando entre patines de filo peligroso. Esta es la Ciudad que suele ser traicionada por su inconsciente, por sus deseos. La Ciudad echa humo lejos del mar, pero un día tuvo playas artificiales. Con casi nulas probabilidades de ver nevar, pero el Zócalo tiene otra vez una pista de hielo al estilo de los lagos congelados. Es una Ciudad que suele ser lo que no es.
Ahí están patinando. Los delitos de alto impacto se han disparado en el 2017, es una tendencia nacional y una constante local. La inseguridad no deja dormir en paz a los chilangos. Es curioso: mientras los que —uno pensaría— no deberían dormir en paz por su responsabilidad pública en eso de garantizar plena seguridad a la chilangada, hoy duermen como angelitos, tranquilamente; mientras, los que pagan sus sueldos —los chilangos—, (sobre)viven con ojeras, desvelados, cuidando lo poco que les queda. La corrupción luce invencible, pero en la pista de hielo patinan los que juran que esto va a mejorar. No sé si creerles.
Pocos les creen. Desde las gradas los chilangos esperan verlos caer. Los patinadores vestidos de políticos se tirarán entre ellos, se empujarán con escándalos, se acusarán por no saber mantener el equilibrio. Los chilangos estamos dispuestos a ver su espectáculo, es más, siempre hemos estado dispuestos a pagarles su espectáculo, y hemos gastado miles de millones de pesos durante años solo para verlos patinar en varias pistas electorales.
Y ahí están patinando, los que están amarillos de ambición, azules de frío, morenos de venganza. Y mientras, la informalidad y falta de empleos crecen. Ahí están patinando las promesas de agua para las delegaciones de siempre, esas que cada elección reciben “espejitos del vital líquido” (¡ahora sí!, les prometen) y a las que nunca les cumplen; nomás les exprimen votos para dejarlos secos, como las tuberías.
Patinan los que siguen buscando una casa donde dormir después de los terremotos; patinan los que no pueden dormir por la incertidumbre que llegó para quedarse: ¿recuperaré mi casa?, ¿quién pagará la hipoteca?, ¿podré sacar las cosas que aún me quedan?, ¿se vendrá abajo el edificio?, ¿me devorarán las inmobiliarias aliadas (bajita y altita la mano) con el gobierno?, ¿cuándo dejaré el albergue?, ¿hasta cuando durarán mis ahorros?, ¿hasta cuándo tendré algo de dinero?, ¿por qué salí perdiendo?… Tiembla todo el tiempo, dentro y fuera de los chilangos damnificados. Jodidos miles, como si fuera su culpa que temblara en una Ciudad construida de corrupción y cimentada en la impunidad.
Ahí están patinando, entre wifi en el Metro, entre acosadores en el Metro, entre desvío de recursos en el Metro, entre el temor de que algo falle en el Metro por no invertir en él. Horas en el transporte público, el sueldo no alcanza, los niños quieren su Navidad y el 2018 pinta difícil, como desde que tenemos memoria.
Patinan con una cinestesia original: nadie choca entre sí, hasta que chocan entre sí; patinan a velocidades peligrosas, dando giros de sobrevivencia, se esquivan por instinto, se levantan unos, te dejan tirado otros, te llevan de la mano, te empujan, te abrazan, te enseñan… se te acabó el tiempo. ¡Salgan todos! Salen. En cuestión de minutos entran otros patinadores. Ocurre lo mismo.