Me encantan las palabras raras. Concupiscencia: el apetito espontáneo, desordenado y difícil de contener que conduce a los seres humanos hacia lo placentero. La concupiscencia vive cerquita de los siete pecados capitales: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia; y ojo, el término capital no se refiere a la magnitud del pecado sino a que es fuente de muchos otros pecados.
Así como sucede en las escenas romanas de pintura, una mesa con cantidades abundantes de comida y bebida es una de las más claras manifestaciones de todos los vicios unidos.
La posibilidad de probar todo, de sentir todo, y la experiencia de una mesa opípara y abundante en sensaciones es pecadora por donde se vea porque de la gula nacen la envidia y la soberbia, y claro, la gula es íntima amiga de la lujuria.
Placer genera placer, y la base científica asegura incluso que pecar activa los sistemas de recompensa cerebrales. Entonces, si el pecado de la lujuria origina placer y comer es un placer, siendo perversos, comer también es lujurioso.
Con humildad me asumo pecadora por múltiples causales y, siendo la avaricia un pecado similar a la gula pero orientado a la adquisición, confieso que mi obsesión por los platos chinos, las vajillas michiacanas, las cazuelas y los frascos de aceitunas está en el límite de la vergüenza.
Haraganería, vagancia, ¿qué con ello? El placer que produce echarse en un sillón a comer helado, o una sobremesa que todo lo deja a un lado, que olvida cualquier obligación para únicamente comer y beber, es mágico.
Quizá el que más gracia causa en esta historia es el pecado de la ira. ¿Gritar y ser violento por haber pedido un martini seco y haber recibido uno ni tan frío y con mucho vermut? La mecha corta es pan de todos los días y aunque hay pecados que solo tienen que ver con uno mismo y sus demonios, existen otros que se generan en la relación con el mundo.
Yo, por ejemplo, envidio a los que tienen gallinas ponedoras en casa y a los que han comido en Sukiyabashi Jiro, en Tokio. Lo sabemos, la envidia es uno de los peores sentimientos, es rencorosa, duele, cómo corroe.
¿Cuál es la relación exacta de la comida con el pecado? No lo sé, pero me divierte pensarlo. Insisto, intentemos abstraernos del cliché de que el pecado es el objeto y pensemos en el sujeto: asumámonos pecadores, y con ello acerquémonos al placer desmedido y a la sabiduría. Estoy convencida de que sabe y goza más el diablo por pecador que por diablo. Estoy convencida que sabe y goza más el diablo por pecador que por diablo.