En circunstancias muy delicadas para el país, el gobierno peñista evoca a la selección de Miguel Mejía Barón, el doctor que se resistía a tomar el bisturí, pese a que el equipo se le hundía. En tres años, es posible contar con los dedos de una mano las modificaciones que el presidente Enrique Peña dispuso en el conjunto original de colaboradores: dos derivados de escándalos –la salida de Humberto Benítez en el affaire Lady Profeco, y de David Korenfeld, el señor de los helicópteros– y otros motivados por enroques en la administración. La pregunta que nos hacemos todos es si Peña pedirá la renuncia de su secretario de Gobernación tras la fuga del Chapo Guzmán, o si el escape del siglo ya entró en fase de caducidad y no tendrá efectos en el primer círculo de funcionarios.
Si Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón realizaron tantos cambios como para modificar la fisonomía de sus administraciones, el gobierno de Peña se asemeja al inmutable Dorian Gray, el personaje de la novela de Wilde que alcanzó el milagro de la eterna juventud, mientras su alma se corrompía con cada día que pasaba.
En un país dividido es imposible alcanzar un consenso sobre el gobierno de Peña. Basta con deslizar una crítica, la que sea, para ser tachado de lopezobradorista. Sea uno priista, panista o militante de Morena, está claro que el gobierno de Peña no ha sido capaz de resolver los problemas políticos, económicos y sociales. Una de las principales causas es que el gobierno no resuelve, sino administra problemas, y suele hacerlo en los medios.
Ante el caudal de muertos ligados al narcotráfico, el gobierno opta por alentar un cambio artificial, modificando la narrativa de los medios, como si proscribir cadáveres resolviera el problema. En Ayotzinapa desaparecen 43 estudiantes y el gobierno parafrasea a Fox –“¿y yo por qué?”– en lugar de asumir la responsabilidad del Estado en ese caso y otros crímenes, como los ocurridos en Tlatlaya y Apatzingán. Si el dólar roza los cielos, el gobierno pretexta factores externos. Cuando “El Chapo” Guzmán se fuga, el peñismo promueve recorridos turísticos de la prensa a la escena del crimen, para convencerla de que no fue su responsabilidad, sino culpa de los puntos ciegos en una celda.
Ojalá Peña se abstuviera de echar culpas y de ver moros con tranchetes por todas partes: el sábado, quizá aludiendo a López Obrador, dijo que no son tiempos de trabajar en proyectos personales, y alertó sobre los riesgos que representan los liderazgos populistas y demagógicos. Sería muy conveniente que Peña se plantara en el presente y asumiera, ante la violencia indeclinable, el dólar imparable, y el Chapo inatrapable, que es tiempo de reajustar su proyecto de gobierno. Es eso, o la muerte súbita que por momentos parece alcanzarnos a todos.