En tiempos ancestrales los aztecas acostumbraban realizar sacrificios humanos para apaciguar la ira de los dioses. El elegido para el sacrificio era una persona a la que se le trataba y agasajaba como a una deidad. Vivía como un príncipe Mirrey o como el DT de la selección, hasta la hora en que –excitado por el grito de la masa eufórica—era arrojado a las llamas en holocausto.
Hoy en día los mexicanos conservamos esa bonita tradición. Sin embargo el paso de los siglos ha provocado algunas variantes en el ritual. Es decir, los sacrificios continúan, pero ya no van dirigidos a Huitzilopochtli o a Tezcatlipoca madre, ahora son para apaciguar la ira del público, ese dios caprichoso, indiferente y cruel que se manifiesta en el rating, en las redes sociales y –muy de vez en cuando—en las calles.
Y bueno, ya no son sólo los aztecas, ahora también existen otras tribus como los televisos, los fórmulos, los emeveésos y los tlatoanis gobernantes quienes invocan y convocan al ritual que renueva nuestras conversaciones y nos sirve como sustituto de justicia.
El sacrificio del Piojo fue conforme a los cánones. Se le agasajó y se le trató como un semidios antes de darle cuello, cosa que – según mi amigo Enrique Hernández— tendría que haberle dado gusto de alguna manera, ya que el Piojo prácticamente carece de cuello.
No obstante, esta tribu pripolar a la que pertenecemos, la misma que ha convertido al Chapo en un héroe y al Piojo en un despojo, no ha visto en el caído una cualidad en medio de los miles de defectos que le han aparecido en estos días. Una virtud que pone a este hombre pedestre y violento por encima de la mayoría de nuestros políticos.
A diferencia de Osorio Chong, Chuayffet, Videgaray, Chayito Cucharita, Cienfuegos y el propio presidente Peña Nieto, el Piojo demostró ser sensible a las críticas. Demasiado, quizás. Las críticas se volvieron su obsesión, le quitaron el sueño y lo hicieron enloquecer. Sabía que en el fondo tenían razón y ya no pudo más. Su desafortunado golpe a Martinoli sólo confirmó el valor que le daba a las palabras del comentarista. Fue cesado y aceptó retirarse en la peor de las vergüenzas, pasando del #piojométeme al #piojosácate.
La tribu celebra complacida su caída y se prepara para construir de la nada a otro ídolo con pies de barro que pueda llevar a la cima para dejarlo caer. Así llevamos siglos, pero sólo es un efecto. Parece que, los que caen, caen porque caen más rápido. En realidad todos vamos cayendo en cámara lenta, como Alicia, pero en el país de las pesadillas.
( Fernando Rivera Calderón)