Periodismo y poder, por @wilberttorre

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Estoy en Tijuana, una ciudad de recuerdos entrañables. De niño venía a vacacionar y de la mano de mi abuelo Malaco recorría un fraccionamiento de camellones rebosantes de plantas y flores. El otro día volví y descubrí que el sitio se había transformado, o quizá sólo llegó a ser así en mi cabeza juguetona de 12 años.
Cerca de la cárcel de la ciudad, el barrio que recuerdo como parte del país de mi infancia, un territorio donde los viejos conversaban en el umbral de las puertas y los niños jugábamos en las calles, se convirtió en un espejo del México de nuestros días, un espacio lúgubre, miserable y peligroso.
Han pasado más de 30 años desde que vacacionaba en Tijuana. Hay cosas que han cambiado para bien y otras que sólo han empeorado. El domingo, en las horas previas a presentar mi libro El despido, la historia detrás de la salida de Carmen Aristegui de MVS, me encontré diseminada en la ciudad una noticia perturbadora: una chica de 19 años de origen ruso había asesinado a su madre, una mujer a la que acusó de embrujarla, y a su hermana de 12 años, una niña con retraso mental que, de acuerdo con Anastasia, la asesina confesa, actuaba como títere para controlar su cuerpo.
La noticia escaló impulsada por titulares de morbo y se convirtió en la nota principal en Tijuana. Me pregunté qué demonios estamos haciendo las autoridades, la sociedad y los medios para intentar entender el origen de estas tragedias y por qué la violencia continúa devorando a los jóvenes.
Quizá soy un cándido idealista sin remedio, pero creo que el buen periodismo, no el que se vende al poder o utiliza crímenes como el cometido por Anastasia para vender ejemplares, puede servir no sólo como un gran faro que alumbre pasadizos oscuros, sino como un traductor de las circunstancias y los fenómenos que están presentes en la sociedad, y desde luego como fuente de contención y equilibrios necesarios.
El periodismo mexicano no vive en general un buen momento y no presta su mejor servicio a la sociedad. La gran mayoría de los medios no está interesada en investigar, por sus profundas ligas al poder. Justo ayer, periodistas del Canal 22, propiedad del Estado, denunciaban censura del gobierno peñista, expresada en la inminente salida del aire de los programas Global 22 y El Observador, producción institucional de periodismo de investigación.
Para una mayoría de medios, la realidad del país se reduce a las declaraciones que recogen los periodistas de lo que expresan el Presidente, los secretarios de Estado, los senadores y diputados.
La primera mitad del gobierno del presidente Peña puede ser un buen momento para que el periodismo recobre su papel de vigilante y eso ocurrirá sólo si los medios –sus propietarios– se atreven a despegarse del poder y a caminar del lado de la sociedad.
¿Por qué mató Anastasia a su madre y a su hermana? Deberíamos preguntarnos y hacer un intento por explicar a la sociedad en qué nos hemos convertido y por qué.

(WILBERT TORRE)