Es cosa de transmitir todo lo que hacemos. Todito. O todo lo que queramos que se sepa, pues.
¿Usted, señor, señora, señorita, chamaco… no ha periscopeado? Es más, ¿no tiene la más pálida idea de lo que es? No se preocupe que lo más seguro es que ya apareció en alguna transmisión, ahí mientras se hurgaba la nariz en la intimidad de su auto o papaba moscas en el placer de lo inocuo. Porque cada vez es más fácil que a algún ser vivo se le ocurra activar la aplicación en su teléfono inteligente (¡ah, la inteligencia!) y se ponga a transmitir video en tiempo real.
En este mundo de las redes sociales en que ya nos atrapamos (y no lo digo como lamento borincano, que yo soy intensa habitante de los 140 caracteres y los quétienesenmente del feeeeeis), cada vez tenemos más posibilidades de llevarle al otro lo que queramos. Periscope (y otras apps similares) son de los juguetitos más recientes. Básicamente te permite transmitir video en tiempo real y, aunque está ligada a la cuenta de Twitter, hay atajos para seguir las transmisiones.
De todo ha habido en esta viña del señor enredado: desde los previos a sus programas del tiiicher López Dóriga, hasta debates sobre seguridad nacional que organiza Mario Campos (y que son fascinantes), transmisiones “pirata” (o paralelas) de eventos (como la pelea Mayweather-Pacquiao, que brincó restricciones del pago por evento para caer directito en nuestros celulares), o los debates de candidatos a delegaciones, por ejemplo, como bien sucedió en la Benito Juárez de esta chilanga capital nuestra, durante las pasadas elecciones (y que sirvieron para poco, en resultados electorales, pero es que no hay Periscope que pueda con el agandalle de los de siempre).
Claro que, como todo en la vida, periscopear no tiene que ser en términos tan profesionales como las transmisiones que mencioné antes. Yo, por ejemplo, he llevado hasta sus teléfonos el intenso tráfico de trajineras por los canales de Xochimilco, a las personas de la tercera edad bailando vals los domingos en el parque barrial de la Colonia Nápoles y al pollero del tianguis (pollero de pollos) enseñándome a partir pescuezos (de pollo). Bueno, y una vez el inicio de una tormenta de dimensiones bíblicas. Así es una, pero espero aprenderles pronto a los que lo hacen con más enjundia y objetivos específicos.
Cierro esta breve disquisición aclarando que no tengo intención en promocionar Periscope, porque como toda locurita puede morir en su nacimiento. Sólo celebro que, a pesar de la invasión a la privacidad que puede significar, cada vez tenemos más formas de comunicar sin depender de grandes estructuras.
Ahora sólo falta ver que, así como todos podemos comunicar, existan otros que quieran escuchar. Pero esa será historia de una nueva crónica.