—Doctor, muchas gracias por recibirme sin haber avisado con antelación —le dice al psiquiatra—. Estoy que ni yo me aguanto. Necesito de su ayuda.
—Esta semana estoy irreconocible Doctor. Siento que parezco policía ministerial con el humor que me cargo.
—¿Ajá?
—Y mi lenguaje está mas florido que carretonero de la Central de Abastos.
—¿Y eso? —le pregunta el psiquiatra mientras apunta todo lo que le cuenta.
—Es el regreso a clases, un desastre completo doctor.
—¿El tráfico? —pregunta aquel, adivinando.
—¡Sí! —chilla la Señora Mueganón— Odio estar peleando contra esas señoras que manejan mamivans, que se estacionan en doble fila, no ceden el paso, bloquean… ¡son terroristas urbanas!
—¿No maneja usted una mini-van también?
—Sí, doctor, pero ese no es el punto. Yo sólo manejo mal cuando se trata de un caso muy especial o cuando por algo fuera de lo común, traigo prisa porque se me hizo tarde.
—Y supongo que previendo eso ha salido más temprano de casa…
—Pues claro que no doctor —responde aquella con desesperación—. Cualquiera que tenga hijos sabe que se harán los enfermos, que hay que salir con prisa y a regañadientes, y que justo a dos cuadras de la escuela, le dirán que olvidaron el lunch, o que se equivocaron de zapatos. Mami, esto. Mami, me molesta mi hermano. Mami, l’otro. Mami, tengo tos, te lo prometo. Mami, no me lavé los dientes. Mami, no traje la tarea, ¡mami, mami, mami!. Y córrele de regreso porque no, ¡ya los tuve todo el verano! ¡Ni de loca me arriesgo a que por una de esas tonterías, no me los reciban en la escuela y tenga que aguantarlos otro día!
—Entiendo. ¿Y no ha intentado que sus hijos preparen y dejen lista su ropa, uniformes y mochilas desde la noche anterior? —pregunta el psiquiatra con buenas intenciones.
—¡Ay, doctor! —le contesta con ironía— a mí lo que me gusta es la adrenalina. Siento que sólo así los voy a preparar para vivir en un país cuyas calles son intransitables y cuyos gobiernos son intransigentes.
—Al menos no ha perdido el sentido del humor —le responde—. Es buena señal.
—Eso dice porque no tiene que aguantar los malditos grupos de Guats en el celular.
—No entiendo —responde desconcertado—. ¿A qué se refiere?
—Un chat, doctor. Ahí están todas las mamás del grupo, y no paran nunca. Imagine treintaytantas brutas conectadas. Desde preguntas absurdas de si hay nuevos compañeritos (¿por qué no les preguntan a sus hijos por la tarde?), hasta publicidad de las manualidades y bufandas que están vendiendo en pleno verano.
—¿No puede eliminar el chat o salirse?
—¡Por nada del mundo doctor! ¡Eso equivaldría al suicidio social! He visto lo que pasa cuando alguna lo hace accidentalmente (o eso dijeron). Es el acabose. Las destrozamos en el feis y en cuanta red social haya. Que si se salió en bata, que si solo traía una chancla cuando correteaba el camión, que los tubos de los chinos en la cabeza, no, no. Definitivamente no es opción… ¡Ay, doctor! “Salirme del chat”… pfffff, ¡ya se parece usted a mi marido con sus mismas sugerencias y comentarios! ¡No entienden nada! ¿Qué tal que no me entero de una tarea, de que no hay clase o del último chisme? ¡Pffff!
—A ver, Señora Mueganón, ya que sacó a colación a su marido, platíqueme, ¿cómo va su matrimonio?
—Pues iba muy bien, pero creo que lo acabo de destruir hace rato…
—Cuénteme…
—Nada doctor, regresé de dejar al menor a su colegio y esperaba poder descansar un ratito. Dormir una hora, al menos. Pero cuál fue mi sorpresa de encontrarme la mesa majestuosamente servida para dos, con un desayuno impecable, con champagne y jugo de naranja y mi marido con su mejor sonrisa. “Es para consentirte”, me dijo. “Sé todo lo que haces por esta casa”.
—Suena muy bien eso, ¿qué pasó entonces?
—Pues estábamos sentados a la mesa y yo le quise decir con toda dulzura: “mi amor, ¿serías tan gentil de servirme una mimosa por favorcito?”
—Ajá, y… ¿cuál es el problema?
—Que de mi boca salió solito y sin querer: “maldito caliente, me arruinaste la vida…” ¿Ahora qué hago? ¡Ayúdeme doctor!
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