Pinches mugrosos

“Doña Cuquita no alcanza a oír el golpe de la piedra sobre su ventana. Son las 12 del día de un viernes y elude la insoportable lentitud de las horas inmersa en un sueño. La piedrita traza otra parábola y vuelve a impactarse en el vidrio.

‘¿A quién buscan?’, pregunta un hombre de gruesos guantes anaranjados. Oye la respuesta y advierte: ‘Así nunca la van a despertar’. ‘¡Abuelitaaaa, abuelita de Cuauhtémoc Blancooo!’, grita el barrendero de la Unidad Tlatilco. Pasan unos segundos: nada. Insiste. Al fin, la ventana decorada con una calcomanía en forma de camiseta, amarilla y con el 10 en el dorso, se abre.

La anciana clava la vista en la cámara fotográfica y sus ojos martillan a quienes la esperan. ‘¡Vayan y chinguen a su madre. ¿Quieren conferencia de prensa, mediocres? Déjense de mamadas, pinches putos!’. El barrendero sonríe, levanta los hombros como diciendo, ‘ustedes lo pidieron’ y reanuda su labor”.

El Reforma me envió en 1999 a descubrir la crianza del Temo y así inicié la crónica. Él acababa de “mear” de perrito en un arco rival y en días se mofaría de La Volpe al celebrar un gol parando las nalgas frente al DT del Atlas. Aunque repartía trancazos, berrinches, insultos, sus piernas aterciopeladas y eruditas eran pura generosidad. Al final, todos queríamos al Cuau. Poco o mucho. Si lo odiábamos era con cariño pues detrás del malo había un bueno. Como Cuquita.

Tras las mentadas, aquel viernes de hace 15 años la abuela se arrepintió y nos invitó al departamento de 30 m2 donde, ante la ausencia materna, crió hasta los 16 años al Cuau y a sus dos hermanos. “Perdonen, es que la prensa le pega tanto. Temo es grosero pero noble”, dijo entre sus paredes-altar: su nieto sonreía en un calendario, corría en un póster o aparecía como un santo americanista.

Seguí el recorrido en Tlatilco. En la Primaria Vasconcelos, el conserje don Vicente contó: “Lo regresaba a su casa porque aquí la disciplina se obedece. No hacía la tarea, no obedecía a la maestra”. Vicente le reacomodó el destino: “Se fue a presentar en mi equipo, el Boca. Cada que lo metía hacía dos o tres goles. Es de cuna humilde, no traía para el arbitraje ni uniforme ni zapatos. ‘Dame chance’, pedía. Como era bueno, le decía a otros: ¡Préstale tu camisa y tú los zapatos!”. Y su cuate El Chino recordó: “Le decían ‘Pinche Temo mugroso’. Estábamos pobres y gente ‘más’ que nosotros nos decía: pinches mugrosos”. Su vecinita Celia repasó sus debilidades: “Se asomaba en las escaleras cuando las niñas subían para verles los chones. Era de lo peor. Un día le dije que se estuviera quieto porque a mí y a dos sobrinas nos empezó a fastidiar y a una le jalaba las trenzas. Le di una cachetada y no se volvió meter”.

Esta semana, el nuevo Temo se aplicó otra cachetada. En vez de pedir votar por su partido, el PSD, pidió hacerlo por el PRD.

¿Ves lo que pasa, Temo? Como sea, vuelve al ‘fut’. Por Cuquita, Vicente y “los mugrosos” de México, no firmes con el equipo de los delincuentes.

(ANIBAL SANTIAGO)