3 de junio 2016
Por: Pedro Kumamoto

Amor chilango

Recuerdo muy bien, con cierta nostalgia, un paisaje apocalíptico que viví años atrás sobre Paseo de la Reforma. Asfalto fresco, viento detenido, copas frondosas que la primavera había dejado y soledad. Donde normalmente se encausan raudales de personas a la altura del Ángel, ese día era difícil encontrar un alma en el camino. Quizás éramos unas 5 personas, en pleno mediodía, quienes retábamos la psicosis colectiva que mantenía encerrada a la inmensa mayoría de la población.

Las jacarandas habían brotado y sus flores brindaban a ese abril del 2009 amplias avenidas de tapetes florales. Mientras la ciudad se encapsulaba en sus cuartos, mientras los cubrebocas eran gemas raras y valiosas, en ese desierto que una vez fue la Ciudad de México, un par de locos navegábamos la urbe, caminando, conversando y pensando en ese improbable futuro lleno de arte, de política y poesía. Ahí, con la amistad, con la distopía, con la ciudad para mí, sentí debajo de la piel que estaba vivo.

Ahí hace 8 años viví uno de los mejores y más desafiantes momentos de mi vida adulta; ahí encontré vocación y emociones entre los libros y la vida cotidiana; ahí platiqué por primera vez del zapatismo, de Bergman, de los Caifanes y de Atenco, momentos que definieron tanto en mí; ahí aprendí que con 10 pesos podía comer 5 tacos de canasta; ahí conocí profundas injusticias sociales, en el metro, en los bloqueos, en los centros de resistencia digna.

Con el paso del tiempo, esta ciudad ha representado nuevas amistades, platillos, charlas, emociones. Me dió la posibilidad de aprender que debemos dinamitar las relaciones de poder, que debemos resignificar lo político para disputar la política. Me permitió conocer a seres maravillosos con quienes construir una lucha, una esperanza, una bocanada de vida: Wikipolítica. La Ciudad movió mi vida y estoy agradecido. ¿Quién no le debe algo así de grande y emocionante a esta ciudad?

Por eso, es emocionante recordar ese momento y teclear esta columna, la primera que escribo de manera deliberada para la Ciudad de México, mi Defe, mi querido paraíso chilango. Con ese amor profundo, con esa disrupción y con la memoria y el futuro en la mente, es que escribiré de ahora en adelante en este espacio que Máspormás me ha brindado de ahora en adelante los viernes semanalmente.

Procuraré que este espacio sea para compartir mis dudas, mis anhelos, mis análisis de lo cotidiano y público (lo político) y algunos buenos momentos, porque estoy convencido que la sonrisa es una de las armas más importantes de la resistencia, generados a partir de la música, los movimientos sociales, la gastronomía, las amistades o los libros. Sean todas y todos bienvenidos.

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