“En la curva / tengo que acelerar”
Ases falsos
Aún recuerdo nítidamente el primer día en que recolectamos firmas para lograr la candidatura independiente.
Era enero y el día había sido una avalancha de vida, alboroto que sólo las emociones mezcladas pueden generar. Primer día, día de hallazgos, de comienzos, pero sobre todo de dudas. Ese día quizá llegó a nuestras manos una veintena de firmas de todos los puntos de recolección; 20 de cinco mil que necesitábamos reunir en 40 días. A ese paso no lo lograríamos. La esperanza chocaba contra el muro, la esperanza no se desbordaba, la esperanza no hacía ni una grieta a la partidocracia ese día.
Acabó la jornada. Con las energías que me quedaban, asistí a un foro en el que normalistas de Ayotzinapa y de Atequiza (Jalisco) nos compartían su lucha histórica con indignación justa y con un eco en quienes asistimos. Denunciaban al Estado que los desaparecía, sus prácticas, sus torturas, sus maniobras criminales.
Salí devastado de dicho encuentro. Había sido una velada que me dejaría con una pregunta que se reiteraba incesantemente: ¿Por qué hacer lo posible para entrar a “esas” instituciones? Los testimonios pesaron en mí desde ese momento. Buena parte de la noche la dediqué a pensar en las contradicciones que significaban el plantear buscar un espacio en el Congreso. Buena parte de la noche me sentí afligido, contrariado y solo.
Pasaron los días y la emoción continuaba ardiendo (aún lo hace). La recolección de firmas continuaba agria y sin gran gloria que reportar en cuanto a números. Hasta que, con pocas firmas registradas, se presentaron las razones para pensar que valía la pena. Si bien el salto no era del talante numérico, eso no hacía mella, pues no todo en la vida es cuantificable.
LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE PEDRO KUMAMOTO: VALER LO MISMO
Una madre soltera que confió en nosotros. Un par de jóvenes que se sumaban a las brigadas. Varios soñadores que decidieron desempolvarse de la apatía y acercarse a firmar. Las abuelas del distrito 10 que nos compartieron su abandono y precariedad. Todas estas personas que nos decían que esas instituciones eran de ellas, pero que habían sido hechas a un lado por quienes gobernaban. Ahí, en esos momentos de prístina cercanía con otras personas, aprendimos el sentido de participar en lo público.
Este primero de noviembre que acabamos de vivir se cumple un año de nuestra entrada al Congreso. Un año de gran incidencia, de aprendizajes cotidianos y de cambiar la asamblea del pueblo. Un año demostrando que el deseo popular de recuperar las instituciones de gobierno no será un barco de papel, sin rumbo, ideas o timón, sino todo lo contrario. Pues la estrella que nos dicta el Norte la conocemos, venimos de ella.
Ya un año. Un año del que me siento muy feliz. Un año de seguir pensando en las injusticias que genera el gobierno y de mantenernos críticos desde sus entrañas. Ya habrán espacios para compartir las cifras que demuestran nuestra chamba, pero hoy quise compartir esos fuegos que han marcado nuestro actuar en el Congreso en este primer año.
No olvido. No olvidamos por qué estamos aquí. Está valiendo la pena.