Año nuevo, la voz se nos rompe en la cena. Recordamos nuestros meses y creemos que no lo hicimos “tan bien” en esos días. Se antoja acercarnos en el ocaso del año con benevolencia hacia nuestros errores, decir que esta ocasión, que este año, sí será de cambios y que habrá borrón y cuenta nueva. Regresamos al fuego de las reuniones y la nostalgia nos abraza. En cada uno de los deseos de año nuevo tratamos de construir un futuro más acorde a las expectativas de nuestras vidas.
Pero pasan los meses y la modorra, el hábito o la falta de miras nos ganan. Fallamos de nuevo en nuestro intento de forjarnos un camino nuevo. Lamentablemente, si esto sucede a nivel personal, ¿por qué creeríamos que esto sería sería distinto en la política?
Nuestro país vive un severo retraso sobre el plan a futuro que podríamos trazar. Pasan los años y seguimos sobre las mismas discusiones. “Más empleo y seguridad para tu familia” puede ser un compromiso de los años 30, en la transición o de los próximos años. La política se repite, las propuestas permanecen, los problemas son los mismos.
En buena medida esto se debe a que no hemos podido resolver obstáculos centenarios del país. Pero también, esta repetición crónica de los partidos y sus propuestas se debe a la carencia de vocación de futuro. La política mexicana discute el pasado, dejando a un lado los horizontes del futuro. Y eso es muy grave, pues nos niega la posibilidad de soñar un país justo, libre y sustentable.
Hace 100 años se animaron a pensar en ese futuro. Se dieron cuenta que no podían hacer a un lado las carencias, luchas y demandas de la sociedad. Y entonces bajaron las armas y fundaron un nuevo país. Los retos de construir una Constitución se antojan muy similares a los que se vivirían en la actualidad. Sin duda fue un proceso lleno de talento, traiciones, pugnas, pero también de horizonte generoso.
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Por eso, 2017 es una fecha emblemática no sólo para el pasado del país, para los desfiles, las reediciones de la Constitución o los discursos vacíos. No, el próximo año también puede ser un momento para debatir el futuro.
Impulsar este nuevo acuerdo es preciso no sólo porque la actual Carta Magna luce desactualizada o mermada, sino porque necesitamos un momento para respondernos como país la pregunta que viene con las próximas generaciones.
Los cuestionamientos son muchos y ningún político los está respondiendo: como especie humana nunca habíamos estado tan conectados y jamás habíamos poseído tanto conocimiento, pero seguimos expulsando de las escuelas a millones de jóvenes. ¿Qué tipo de modelo educativo necesitamos para erradicar esta situación? La automatización y los robots irán terminando con los empleos como los conocemos. ¿Impulsaremos la renta universal, haremos otro tipo de trabajos, desarrollaremos nuevas industrias para paliar la falta de empleos? El país irá envejeciendo y las inhumanas pensiones serán insuficientes. ¿Cómo haremos una recaudación más justa y equilibrada para lograr hacer frente a estas responsabilidades?
Estos y otros retos nos exigen respuesta, por ello 2017 puede ser el año para el futuro. El momento en que revisamos la Constitución no sólo con el objetivo de desempolvar un texto, sino para hacernos de un sueño de país para otros 100 años más.