Bien dicen que repetir mentiras construye verdades. Y esta mentira la han pronunciado incontables veces. Millones de pequeñas dosis de antipolítica han rendido sus frutos, nos hemos alejado de la vida pública.
Por muchos años escuchamos que era imposible construir un cambio en la política, nosotros lo aceptamos sin chistar. Que si todos son iguales, que si el poder corrompe siempre y sin distingos, que nada nuevo se puede hacer dentro de ese pantano fétido. Y lo volvimos a creer.
Aún recuerdo muy bien, en campaña era común escuchar quienes decían que todo, absolutamente todo estaba visto. Quienes creyeron en la revolución estudiantil en el 68, en el cambio por las urnas en el 88, o quizás quienes se emocionaron con la alternancia, o quizás con #YoSoy132. Aún recuerdo esos rostros desesperanzados, que desde el interior de sus casas me gritaban que no, no valía la pena volverse a ilusionar.
Claro, era más fácil contemplar, ponernos a un lado, hacernos de la vista gorda, no tener expectativas y no construir esperanzas. No, no valía la pena pensar que las cosas podían ser distintas porque se corría el peligro de otra gran desilusión.
Y es por eso que vale la pena detenernos y dejar claro que otra política es posible, ha sucedido y está en curso en este momento. La política que no ocupa reflectores, pero que resuelve problemas vecinales. La política que cumple promesas, abre las mentes y genera búsquedas de justicia entre estudiantes. La política que se hace en el trabajo, mientras se cuida familia, mientras se va al camellón, mientras se piensa en un país distinto, mientras se regresa a la esperanza.
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Tantos ejemplos han surgido, desde tiempos inmemorables con personas que desafían esa noción de que sin una Suburban no se es político. Que sin prepotencia no hay cargo. Que no podemos aspirar a encontrar comunidad.
Por eso, en defensa de la política, que quede claro que no estamos frente a una derrota definitiva. Que nuestro país sí tiene millones de milagros cotidianos de gente entregada a resolver, conectar, trabajar y servir. Dentro y fuera del gobierno, partidos y grillas.
Me siento feliz de poder decir que a la política sí la podemos recuperar. No será fácil, ni inmediato, pero nos la debemos. Quitar a quienes han pensado que el servicio público es para llenar sus arcas debe ser un motivo, pero no el objetivo completo. Debemos tener claro que hacer Política así, con mayúsculas, significará hacerla con generosidad, con cariño y situándonos, como diría Camus, del lado de quien padece la historia.
Con esta esperanza en puerta, nos toca hacer nuestra a la política. Sin titubeos, sin miedos ni mezquindades. La posibilidad está allá afuera y es muy clara. Por eso, este llamado a no abandonar lo público, lo nuestro, lo vivo. La política dejará de ser de palacetes y discursos vacíos cuando tú la vuelvas a habitar. ¿Vamos por ella?