Desde el año pasado hemos escuchado todo tipo de mitos, francas mentiras y algunas incertidumbres sobre las candidaturas independientes. A un año de que esta figura haya generado sus primeras victorias, creo que vale brindar información certera con miras a que la sociedad pueda abrazar esta figura y usarla a su favor.
Debo iniciar confesando algo: creo que las candidaturas independientes son relevantes en la medida en que logren construir nuevos significados sobre lo político, impulsar una agenda pública que aún no se discute, resignificar las prácticas electorales y construir otras maneras de entender al servicio público. Cualquier otro esfuerzo, en especial aquel que persiga la lógica del poder por el poder, me parece inconsistente, poco útil para la sociedad y, en algunos casos, hasta cómplice que replica los peores vicios de la partidocracia.
Sí, a mí me gustaría que las candidaturas independientes fueran verdaderos polos de cambio político; sin embargo, ésa no es la realidad de las mismas. A lo largo de estos meses he conocido a todo tipo de aspirantes a una candidatura independiente. Hay urbanos y rurales, sin militancia y con ella, de izquierda o derecha, jóvenes y personas de la tercera edad, quienes buscan replicar las mañas de la vieja política y quienes no se prestan a ese juego. Por eso, debemos partir de una realidad clarísima: ser independiente no lo define una identidad, ideología o condición específica. Ser independiente sólo significa llegar a la boleta sin partidos, sin más o menos atributos.
Saldada la claridad de la diversidad de candidaturas que existen, hay otro elemento que ha confundido: su nombre. El adjetivo independiente, pareciera que le confiere a estas personas cierto grado de autonomía, carencia de nexos o incluso cercanía con sus votantes. Sin embargo, es importante remarcar que su nombre no busca denominar dichas condiciones, sino que ganaron su derecho a ser elegibles recolectando el número de firmas necesarias para postularse por su localidad. Sólo eso. Claro: habrá quien cumpla la falta de padrinazgos, el contacto directo con la sociedad, quien tenga las manos limpias, pero también habrá quien acepte línea de partidos o que ejerza su liderazgo desde los poderes fácticos.
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Otra gran mentira que hemos escuchado es que se puede ser “independiente dentro de los partidos”. Yo no pongo en duda que puedan existir candidaturas excepcionales o innovadoras dentro de partidos. Creo que hoy es difícil que eso suceda, dadas las dinámicas internas de la mayoría de ellos, pero pueden existir.
Lo que sostengo es que una de las principales distancias entre las candidaturas independientes y las de partido es que las primeras reciben sólo en una sola ocasión, y de manera muy limitada, financiamiento público. Los partidos viven el caso contrario, pues obtienen una jugosa cantidad de recursos año con año que les permite desarrollar su operación y mantener grandes privilegios para sus cúpulas políticas. En mi caso, el financiamiento público fue de $18,626. Sólo en 2015, los partidos recibieron más de cinco mil millones de pesos. Estos recursos brindan una clara ventaja a quien milita en un instituto político, lo cual demuestra que llamarse independiente dentro de los mismos es ventajoso e inexacto.
Finalmente, quisiera precisar que la independencia tiene dos ventajas inherentes. Como lo mencioné anteriormente, un punto a favor de estas candidaturas es que crea una nueva oferta electoral que no precisa dispendio o mantener una fuerza política de manera constante. Así pues, se presenta un atributo relevante: si algún independiente logra un cargo y lo hace mal, el electorado podrá negarle un nuevo encargo público. Caso contrario que surge en partidos donde hasta los cuadros más impresentables siempre tienen asegurados una plurinominal, una secretaría de estado o un espacio laboral en el partido.
Espero que estas líneas ayuden rebatir algunos mitos que se han construido sobre la figura. Creo que el mayor aprendizaje que nos dejan las candidaturas independientes es el a acercarnos a la complejidad política de nuestro país, a analizar la oferta electoral con base en sus prácticas (demócratas o autoritarias, derrochadoras o austeras, innovadoras o de la vieja guardia) y no con base en sus partidos, lemas o spots. Si las independientes ayudan a construir un electorado más crítico, analítico y empoderado, entonces habrá valido la pena.