“Imagínate nomás lo que puede pasar. Estando en campaña, si te quieren tronar, te podrían meter una bolsita de marihuana o cocaína en tu camioneta y te podrían detener en cuanto te subas. Te arman un proceso judicial a modo y adiosito a la carrera política.”
“¿Tú confías en que el Fiscal no va a usar las órdenes de aprehensión como un recurso político? ¿Ya viste lo que pasó con Gerardo Ortiz? El señor no duda en hacer política con su puesto. La verdad es que nos estamos poniendo la soga al cuello.”
“Quitemos el fuero, va, pero ¿Eso va a entambar a los que hicieron un desastre en el gobierno de Emilio (González Márquez)? ¿Eso va a esclarecer los malos manejos de fondos en los Juegos Panamericanos? ¿Va a haber una sola inhabilitación por el desastre de la administración pasada? No, ahí nomás no vamos a ver justicia porque pactaron que así fuera.”
Estos tres diálogos los escuché entre charlas de café, diálogos con la academia y también en momentos puerta cerrada cuando los diputados se desabotonan el cuello de la camisa y bajan la guardia. Cada frase podría parecer meramente una anécdota, pero si le prestamos atención, todas nos revelan un pedazo de información sobre la manera de operar de la clase política en este país.
Hemos leído hasta en la sopa que se debe terminar con el fuero, pero pocas veces profundizamos en los efectos que verdaderamente se buscan erradicar. ¿El problema es el fuero? En estricto sentido, creo que no. El problema es la impunidad, lo que indigna es la corrupción, lo que lastima es la falta de certidumbre en la justicia.
Teniendo eso claro, no minimizo la relevancia de eliminar el fuero. Creo firmemente que es una deuda histórica con la sociedad, para no volver a repetir miles de escenas de abuso de poder. Sí, estoy a favor de la eliminación del fuero, pero estoy consciente que no es el final de la agenda para erradicar la cultura de privilegios mal habidos.
Recordemos las tres frases del inicio, cada una nos delata una problemática específica que debemos reconocer. El primer diálogo nos recuerda cómo se utilizan a los juzgados como una extensión de la política de los partidos, de tal suerte que la justicia es un elemento más en juego en las riñas electorales; la siguiente frase demuestra la falta autonomía en las instituciones que investigan y procuran el estado de derecho; la última declaración nos recuerda la impunidad total hacia los actos de corrupción, tráfico de influencias y desvío de recursos de la clase política.
Entonces ¿de qué nos sirve eliminar el fuero si estas conductas persisten en la administración pública? Yo creo que sirve para ganar una victoria simbólica sobre el terreno de los privilegios de la clase política. Demostrar que incluso ese imposible en el imaginario colectivo puede caer. Segundo, y quizás el más relevante, para posicionar una agenda estratégica que entiende acabar con el fuero como uno de los muchos pasos que deben ir conectados para erradicar la impunidad.
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Para lograr este último punto, yo concibo tres pilares que debemos impulsar a lo largo y ancho del país:
Luchar por ministerios públicos elegidos por sus capacidades técnicas y no por sus amistades políticas, construyendo autonomía en las autoridades encargadas de investigar los delitos.
Exigir un poder judicial independiente del manoseo político, impulsando la promoción laboral basada en exámenes de oposición, servicio profesional de carrera y un historial que nos demuestre un pasado ético.
Finalmente, para evitar la impunidad de la clase política es necesario que la sociedad tenga mayor injerencia en los juicios políticos, elevando el costo de solapar a los cuates y padrinos. En www.ciudadpixel.mx/fuerono puedes conocer a profundidad el modelo de ciudadanización que propongo al proceso del juicio político.
En sumo, que los festejos por la eliminación del fuero en Jalisco persistan, que esta sonrisa no se borre pronto y que el trabajo para erradicar la impunidad continúe, que todavía hay un buen trecho para alcanzar la igualdad y justicia anheladas.