Cuando me pongo a repasar mapas antiguos de la ciudad algo en mí siente una profunda nostalgia ¿será que echo de menos el azahar de los naranjos por las avenidas? ¿O es que no encuentro ya al afilador, a las guasanas y el anafre nocturno? Se fueron mi huerta, la calle adoquinada, los paseos dominicales y el panadero ¿Qué me pasa? ¿Por qué esta tristeza? Yo no conocí a esa Guadalajara. Yo no viví esos tiempos.
Ahí hay truco, el pasado siempre es luminoso frente a lo propio y actual. La nostalgia es un filtro bellísimo, pero es mala consejera de futuros. Eso lo sé. Pero acercándome a los filos de esta necesidad apremiante, veo que hay algo más que sólo un deseo de abrazar una ciudad que ya no es. Ahí, en las entrañas de la memoria, hay una ciudad bonita, unión de barrios y colonias, una ciudad para crecer sin miedo, para besar abajo de un árbol, para encontrarle sentido a la vida en una casa con un caldo, descanso y amor.
Sí, añoro la ciudad de retazos, de historias de vida, una ciudad que ya no es. Pero que si actuamos los años que vienen, podría ser. Comencemos a imaginarla, aquí se puede sembrar la dicha.
Veo el centro histórico como un eje vivo, lleno de hogares, negocios y encuentros. Un protagonista que se sabe baluarte de la multiplicidad, de las horas de trabajo y sueño. Nunca más un lote baldío, sin historias ni cantos. Al contrario, densamente poblado, disfrutando de las escuelas y guarderías, degustando las viejas cenadurías y atrayendo a familias jóvenes que buscan un lugar cercano al trabajo. Imagina las calles que hoy son fracturas y oscuridades con tardes de cascaritas, que el ruido se va y los espacios peatonales se consolidan, imagina que vuelven los árboles de varios metros y que sus teatros, plazas y museos son copados a diario.
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Veo colonias y barrios como reflejo de sus habitantes. Un mosaico de diversos se asomará entre las casas, mansiones y vecindades que aprenderán que conociéndonos los rostros no hay tal cosa como la inseguridad. Ahora no hay murallas, no hay un guardia, se acabaron las rejas. Ahora un cirujano vive al lado de una pensionada; un estudiante al lado de una jueza. El barrio procurará su salud y el buen comer, tendrá su clínica y tienditas, en él trabajarán los oficios, también los estudios de artistas y un par de oficinas. Una escuela coronará la vida, como testimonio de que habrá futuro.
Veo avenidas que ya no nos llevan a más avenidas, ahora conducen a jardines, mercados, lugares de trabajo digno. Las calles son habitadas con sillas de ruedas, bicicletas y paseantes, los autos casi se han marchado. Y viven las plazas, los camellones, se construye otro parque, otro y otro más.
Sirva este ejercicio personal para recordar que la ciudad hoy no es para la vida, pero que puede serlo. Los datos nos indican con qué adjetivos debemos construirla:
Densa, ONU Hábitat señala el mínimo en 15,000 habitantes por hectárea.
Verde, la OMS demanda que cada habitante tenga 9 metros cuadrados.
Mixta, ONU Hábitat se pronuncia por usos de suelo que mezclen áreas comerciales, servicios y vivienda, permitiendo que en ésta última pueda interactuar vivienda de bajo y alto costo.
Conectada, estándares internacionales podrían darnos la pauta respecto al transporte, pensando que exista una estación o parada cada 500m y claro, pugnar por sistemas multimodales e interconectados.
Cercana, siguiendo los radios de SEDESOL en los que señala que nadie debe vivir a más de un kilómetro de una primaria o guardería.
Humana, construir vivienda social para redensificar, no para alejar, dentro de las ciudades, con servicios y accesible. Para que una madre soltera pueda trabajar sin miedo a que sus hijos estén solos.
Las utopías son para vivirse. Que llegará el día en que claudicarán quienes piensan que la ciudad son pesos y especulación. Que ya se acerca la hora que la medida seamos las personas. Que construiremos la ciudad que se camina, la ciudad que se contempla, respira, juega, escucha, siembra, recuerda, abraza, la ciudad de la dicha.