Desde hace más de un año empecé a notar que había más coches con placas para minusválidos en la calle. Por supuesto que sabía de su existencia, pero no me había percatado de que fueran tan abundantes en el tráfico de la ciudad. Me alegré de que en México por fin se estuviera tomando en cuenta a las personas con problemas para desplazarse pues a diferencia de otros países, donde cuentan con puertas especiales en los autobuses y elevadores en el Metro, hasta hace algunos años nadie que fuera en silla de ruedas en el DF podía subir la banqueta. El año pasado, tuve un pleito en el aeropuerto porque en migraciones no había una fila prioritaria para mujeres embarazadas ni familias con bebés. Yo venía regresando de un viaje por Colombia, Brasil y Argentina donde sí se da una atención especial a este tipo de personas (no estoy hablando de Suecia o de Alemania) y me pareció vergonzoso que nosotros no lo hiciéramos. Que nuestra tasa de natalidad sea alta no significa que sea más fácil sobrellevarla. Estoy convencida de que este tipo de medidas de cuidado hacia los ciudadanos marcan el grado de educación que tiene un país. En ese sentido, me temo que el nuestro tampoco rebasa los índices que obtuvo en las últimas evaluaciones de lectura y matemáticas, donde quedó como el último dentro de la OCDE.
Sin embargo, hasta las leyes humanitarias como esas pueden verse tergiversadas. El miércoles pasado, me fui en bicicleta a cortar el pelo. Cuando llegué, mi peluquero me preguntó por qué no había ido en coche si estaba lloviendo. Le expliqué que no vivía lejos y que mi automóvil no circulaba ese día. Probablemente acostumbrado a las señoras que cambian de coche todos los años, el peluquero me miró con espanto. Después, su actitud se fue volviendo más relajada hasta alcanzar una absoluta complicidad. Mientras el cabello caía al suelo al ritmo de sus tijeras, me preguntó por qué no tramitaba las placas de minusválido. Guardé silencio unos minutos tratando de entender si me estaba tomando el pelo (no sólo de manera literal) o si, por el contrario, pensaba que mis capacidades motrices lo ameritaban. Pero él aclaró las cosas rápidamente: uno de sus empleados las había conseguido en SEMOVI otorgando una “propina” a un funcionario. Sin ningún tipo de empacho, me aconsejaba que hiciera lo mismo. Así que si un día ustedes se cansan del programa Hoy no circula, ya saben qué hacer y, por favor, sin ningún remordimiento de conciencia. Total ya lo dijo nuestro actual Presidente, la corrupción en México es una debilidad cultural.