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Conozco a Javier Uribe desde hace más de 13 años: es una de esas personas que honran el concepto de la amistad. Cada verano sus padres preparan un mole de conejo para festejarle su cumpleaños. He tenido el privilegio de disfrutar de esa hospitalidad varias veces. Él ha estado en mi casa en múltiples ocasiones. Es mi amigo y lo que a continuación expongo no hace sino preocuparme, porque le creo y porque desconfío de nuestro sistema policíaco. La semana pasada dije aquí que nuestra policía no era tan mala. Hoy tengo que contar este relato, en la esperanza de que todo se aclare, y si ello ocurre, estoy seguro, todos sacaremos una lección.
Javier me llamó ayer por la mañana poco después de las diez. En pocas palabras me contó que había pasado la noche entre la agencia 65 del ministerio público, ubicado en la Picacho Ajusco, y el hospital Xoco. Uno de sus sobrinos había recibido un balazo en la columna, y otro estaba detenido. Según los testimonios que Javier ha podido recuperar de lo que sus familiares han dicho, las cosas sucedieron de la siguiente manera:
Diego Uribe, destacado estudiante de 18 años de edad (y con esquirlas de bala en la vértebra lumbar número 4) y Oscar Uribe, trabajador de 22 años, iban en compañía de dos amigos más en una camioneta la noche del martes en una calle de la colonia Torres de Padierna, en Tlalpan. Conducía el vehículo otro amigo: un joven policía en su día de descanso. De repente, la patrulla 7708 del sector Fuentes Brotantes les hizo la señal para que se detuvieran. Según los tripulantes de la camioneta, hicieron una seña de que se orillarían un poco más adelante y la respuesta que obtuvieron fue que les dispararon.
A partir de ahí todo es confusión. Supuestamente alguien vio cómo el policía que disparó se quitó el chaleco antibalas, tiró su arma y echó a correr. Alguien más le dijo a Javier que el conductor de la camioneta, una Ram que presenta dos impactos de bala, fue reconocido por los otros policías y le golpearon (tiene una ceja abierta) mientras que le advertían que “no fuera mariquita” y evitara declarar en contra de otros policías.
La mañana de ayer se suponía que había tres policías detenidos mientras se investigaban los hechos.
“Javier, llama la atención de los medios, pongan mensajes en twitter”, le dije a mi amigo cuando me llamó por vez primera. “Si no, quién sabe qué puedan inventarles”, argumenté. “No sé, hasta ahora las cosas van bien, solo necesito un abogado porque nos dicen que se tiene que ratificar la denuncia por lesiones”, me contestó. “Nadie te prepara para esto de lidiar con el Ministerio Público y los hospitales”, agregó.
La siguiente llamada de Javier fue un poco antes de las cinco de la tarde. “Qué crees, están acusando a mi sobrino y a sus acompañantes de intento de homicidio de mi otro sobrino”. ¿Ustedes, lectores, se sorprendieron con el actuar de la autoridad? Yo tampoco.
Bueno, pues dos horas más tarde, las víctimas fueron liberadas. Increíble que los hayan acusado en primer lugar.
De sobra está decir que no tengo idea de qué pasó, pues no estuve ahí. Pero sí sé que hoy hay un muchacho que en vez de estar estudiando para su examen de admisión en el Politécnico, está a la espera de conocer las secuelas del balazo que le rompió una vértebra y le cercenó diez centímetros de intestino delgado. Como también sé que hay otros tres jóvenes que se jugarán su futuro en una dinámica injusta: será su palabra contra la de la policía.
Por estos días, el secretario de Seguridad Pública Jesús Rodríguez Almeida ha presumido en los medios que tienen un nuevo protocolo para detención de adolescentes. Es increíble que no existiera tal manual de procedimientos antes. Ahora toca probar que los protocolos sirven para algo además de para dar entrevistas. Porque según el relato de Javier, luego de la noche del martes en Tlalpan hay una camioneta con dos balazos, cero armas al interior de la misma, un joven herido dentro de ella, y un intento por acusar a sus amigos de tratar de matarle.
El jefe de la policía está obligado a realizar una investigación que demuestre (y convenza) sobre lo que realmente ocurrió esa noche en Torres de Padierna.
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Periodista, colaborador de El País América, columnista en La Razón y en sinembargo.mx
(Salvador Camarena)