El otro miércoles, como parte de las conversaciones que hacemos en horizontal.mx, José Woldenberg argumentaba a favor de la democracia en México y reflexionaba cómo las elecciones intermedias de 1997, cuando el PRI perdió por primera vez la mayoría en el Congreso, significaron un hito político, un hecho inédito para los de su generación que crecieron en medio del autoritarismo del régimen.
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Estamos cerca de unas nuevas elecciones intermedias y, sin embargo, es difícil compartir el optimismo democrático de Woldenberg. Frente al panorama de los partidos, frente a la corrupción de la élite en el gobierno, frente a la indiferencia del poder ante las críticas, se está instalando un gran desencanto.
El regreso del PRI al poder no parece un retorno a los viejos usos, sino más bien una constatación de que el régimen nunca se fue y que nuestra transición suena a una especie de mentira útil, que nos permite seguir viviendo con alguna dignidad.
Hoy en la mañana leía la columna de Carlos Bravo Regidor en El Universal; el historiador hizo una relectura de Los Periodistas, de Vicente Leñero, libro de 1978. Listaba algunas fragmentos que bien podrían enmarcar, por ejemplo, el caso Aristegui.
Yo he estado leyendo Entrada Libre, de Carlos Monsiváis, su libro sobre los movimientos sociales de mediados de los ochenta, y francamente me ha dejado atónito cómo se parecen aquellos tiempos con los de ahora; seguimos incluso insistiendo en las políticas neoliberales, con los mismos casos de tortura, un sindicato de maestros parecido, un desprecio por las normales rurales, y unas protestas en la ciudad que parecen no llevar a ninguna parte.
Pienso que el único tema radicalmente distinto entre los setenta o los ochenta (y los noventa) es el de la violencia; nuestra contribución contemporánea al deterioro nacional.
A veces escucho voces más optimistas. Hoy en la mañana, por ejemplo, la columna de Roger Bartra en Reforma y luego una intervención en el radio de Luis Carlos Ugalde: ambos tratan de poner en contexto el desencanto y nos invitan a participar en estas elecciones, a confiar, como lo hace Woldenberg, en nuestra democracia.
Yo, obviamente, votaré por la opción que me parezca más viable para derrotar la coalición en el gobierno. Pero este llamado a sólo confiar en el régimen que tenemos me parece profundamente conservador. Francamente, pienso que nos merecemos algo infinitamente superior.
(Guillermo Osorno)