La desgracia de Ayotzinapa es la noticia más larga que nos haya tocado desde el alzamiento del EZLN. Nos despertamos un día, otro y otro, y no nace fuerza que nos haga olvidar a los 43 normalistas, que ya son nuestros. Hoy se cumplen 50 días sin que estén físicamente entre nosotros, mañana 51, y el peso su ausencia no se disipa. Los queremos más, los pensamos más, los reclamamos más.
El número 43 se nos quedó tatuado en el alma. Aparezcan vivos o no, en la mente de todos -desde el encumbrado estadista hasta el campesino indefenso- el 43 encarna, en un extremo, lo más entrañable: chicos que estudiaban para ser maestros de los desamparados (¿qué otra profesión más noble hay en la Tierra?) y que ante esa misión no les importaba destinarse para ellos mismos una vida de pobreza. En el otro extremo, 43 es el símbolo de la infamia, del México más abyecto. Sí, 43 será el número de la vergüenza y, como explicó el periodista Antimio Cruz, de una indignación que carece de precedentes por una simple certeza: “los asesinos forman parte del gobierno y los policías entregaron ciudadanos a los narcotraficantes”.
Antes nos dolía que los políticos cobraran por no servirnos y saquearnos; ahora sabemos que además nos mandan a la hoguera. 43 es el número del país que nunca quisimos ser y que jamás merecimos.
Intentaba hace un rato descubrir la lógica con que actúa el poder ante la desgracia de Ayotzinapa para entender cómo es que sin estar corporalmente esos 43 jóvenes han ido moldeando un México conmovedor, un México admirable que protesta y se moviliza cada segundo de la forma en que cada persona puede: en Twitter, en las calles del DF y Guerrero, en plazas de todos los rincones, en Facebook e incluso a 12, 700 kms de Ayotzinapa, en Sydney. Sólo detecté que Abarca huyó, Ángel Aguirre huyó, Peña Nieto huyó, Murillo Karam huyó. El alcalde a su escondite, el gobernador a su cobarde licencia, el presidente a China, el procurador a su hogar tras el #Yamecansé que lo perseguirá por siempre. El martes, los diputados desalojaron la Cámara por temor a la marcha normalista. Ellos, nuestros representantes directos, también huyeron. Cobardes.
Por Abel, Abelardo, Adán, Alexander, Antonio, Benjamín, Bernardo, los dos Carlos, César, los dos Christian, Cutberto, Dorian, Emiliano, Everardo, Felipe, Giovanni, los dos Israel, Jesús, Jonás, los cuatro Jorge, los cuatro José, Jhosivani, Julio, Leonel, los dos Luis Ángel, Magdaleno, Marcial, Marco, Martín, Mauricio, los dos Miguel, Saúl; por todos ellos, la sociedad no huye. Nos vamos a quedar a reclamarlos.
Con ustedes no cabe la ingratitud. Si hoy tenemos un México vivo y dentro de un tiempo logramos ser un México mejor, es por ustedes: los 43.
(Aníbal Santiago / @apsantiago)