Soy un cínico. Porque no me siento culpable y el diccionario define al cinismo como la completa desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones reprochables. Justo. Y sigo en lo mismo: no me arrepiento de mentirle a mi esposa, a mis hijos, a mis amigos, a mis compadres, hermanos, padres, ni a mis suegros ni a mis empleadores.
Ahora mismo tengo cuarenta y dos años. Si no lo hacía esta vez, ¿cuándo? Quien sabe si habría podido después. Que si las crisis, que mis compañeros de la prepa han comenzado a morir, que si la gota, que si la diabetes, que si los infartos. Y más grandes mis hijos, que si los doctores, que si una hipoteca mayor, que si las colegiaturas de la universidad.
No crean, me lo pensé muy bien. Lo estuve reflexionando mucho. Y sé que no era la época ideal para hacerlo (deudas, tarjetas llenas), pero creo que era como me decía de la paternidad mi jefecito-que-en-paz-descanse: si esperas el momento ideal para tener y criar hijos, morirás virgen.
Ese fue el pensamiento que cruzó mi mente justo antes de marcar a la agencia de viajes. Quiero ir al mundial de Brasil, les dije. A todos los juegos de México. En buenos hoteles. Todo incluido. Todo pagado desde aquí. Para una familia de cinco. ¿Cuánto? No, maaaa… ¡está bien caro! Mejor cotíceme a todos los juegos de México, hoteles dos estrellas, solo desayuno americano, a mil ocho mil meses sin intereses, para una persona sola… Híjole, sigue estando muy caro. Pero okey. Lo compro.
Apenas colgué y la euforia se me juntó con una gran preocupación: No había cancelaciones válidas y, ¿cómo carambas les iba a explicar a todos que compré un viaje para mi solito? ¿Que fui completa y absolutamente egoísta? ¿Que esta vez no pensé en que mi vieja se quiere operar las chichis? ¿Que me olvidé del tratamiento de frenos para los dientes chuecos de mis hijos? ¿Que por primera vez desde que me casé, pensé nada más en mí y no en mi responsabilidad como jefe de familia?
Así estuve una semana, dándole vueltas al asunto. ¿Qué tienes mi vida, que te ves tan preocupado?, me preguntaba ella. No es nada —le contesté en una ocasión para medirle el agua a los camotes—, es sólo que me habría gustado ir al mundial. Su respuesta fue peor de lo que imaginaba: ¡Estas loco! ¡No con todos los gastos que tenemos que hacer!
¡Uta! No había forma de salvarme. O me divorciaba o perdía el dineral. Y a mi gordita la quiero mucho… Por fortuna y cuando todo parecía perdido, la misericordia —e iluminación— me llegó un viernes por la tarde que íbamos camino a cenar con mis suegros. Sí, en la radio anunciaron un concurso: si mandabas un sms con la palabra gol al *12345, entrabas a una rifa para el mundial. Con toda seriedad le dije: “Gorda, no pierdo nada con intentarlo”. Y se dejó venir con su aaaay, Ruperto, cómo te gusta gastar en tonterías, de veras. Esos son negocios y nunca se saca nadie el premio, deja ya de tirar el dinero, y demás reproches.
Hubieran visto la cara que puso la condenada cuando dos noches después le dije: ¡Me gané el premio! ¡Me llevan de la estación de radio al mundial! Lo gocé. Gocé su sorpresa. Gocé más cuando me dijo: Gordo, ¿y si nos vamos contigo para aprovechar? Y yo le respondí: ¿Estas loca? ¿Con todos los gastos que hay que hacer? Estuvo a punto de decirme algo, pero vi bien clarito cómo se arrepintió. No puedo de la risa cada que me acuerdo de su cara.
Les digo, soy un cínico porque me la he pasado espectacular (más cuando antier, México le empató a Brasil) y estoy cumpliendo mi sueño largamente anhelado. ¿Y les digo algo más? Cuando te comentan que la venganza es un plato que se come frío, se quedan cortos. La venganza es un plato que se come frío, y que es además, disfrutable y dulce. Como un helado.
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