Lo siento por la simpática Julia Klug, a quien he escuchado decir que ojalá derrumbaran la Catedral Metropolitana porque hay muchos sacerdotes pederastas, etcétera, y de igual forma lo lamento por Juan José Baz, que también llegó a desearlo (él proponía que las piedras se usaran para construir por ejemplo una escuela), pero para mí la Catedral es el símbolo más importante de esta ciudad que es por lo menos tres: Tenochtitlan (sin acento), Ciudad de México, Distrito Federal. Y las tres tienen presencia, cada una a su modo, en esta mole de cantera que acabó Tolsá y que el ocho de diciembre celebra su fiesta grande por el día de la Inmaculada Concepción.
Ahí abajo siguen los vestigios mexicas, que pueden visitarse si le pedimos permiso a Carlos Vega, el diligente cronista. En las capillas hay arte de todos los siglos virreinales (que no coloniales) y hasta los huesitos de Iturbide, a quien de alguna forma le debemos la existencia del Distrito Federal. También el XX es visible: en los vitrales de Mathias Goeritz que disgustaron a más de uno en su momento (ahora ni quien los pele). Quiero acercarme a la Klug, tomarle una foto o un Vine, escucharla, pues la respeto, y llevarla a la Catedral, monumento que merece nuestra atención, independientemente de la postura que tengamos hacia el catolicismo. ¿Y si me acompañaran los amables lectores?
En el atrio hay que deternerse un momento y tratar de identificar en la portada el fragmento del salmo 147 que nos recuerda que el Creador no hizo esto con otras naciones. Somos afortunados; por el Creador, a lo mejor sí, pero también por Arciniega, Gómez de Trasmonte, Ortiz de Castro, Balbás, el referido Tolsá y otros apellidazos. Y Rodríguez, genio del Sagrario. En la esquina sur poniente del atrio están dispuestas unas columnas de la catedral primitiva, la que conoció Hernán Cortés, fría y húmeda, y que se erguía justo en el área donde nos encontramos parados. De ella queda poco: por fortuna sobrevive una fachada en el cercano templo de Jesús Nazareno (¡gracias, Guillermo Tovar, por informarnos!).
Apenas estamos entrando, y lo primero que vemos es el Altar del Perdón, con el coro detrás, como es habitual en las grandes catedrales españolas (y en la de Puebla, que técnicamente es más antigua que esta, pero no les demos cuerda a los amigos poblanos). Una María Magdalena, un Cristo que se quedó negro por absorber veneno, señoras hincadas, turistas orondos. Y nosotros con nuestras caras laicas o judías o ateas y que no tenemos tantos caracteres como para una explicación, así que mejor nos seguimos para ver al Señor del Buen Despacho, que es muy bonita, pero ¡un momento!, ¿qué son todos esos candados dedicados a San Ramón Nonato? En otra ocasión los vemos, pues sigo preocupado por los caracteres. Corramos con San Felipe de Jesús, que era más tremendo que Julia Klug, pero que terminó dando su brazo a torcer (y su cuerpo entero, pues fue crucificado en Japón). Es el primer santo mexicano. ¿Será casualidad que en esta capilla se honre también al señor que decidió ponerle México a nuestro país, el que escogió los colores de la bandera? No sé qué tan santo fuera, pero mártir sí un poquito. Como nosotros, que ya nos quedamos sin espacio y eso que no vamos ni a la mitad y yo todavía no he llegado a mi punto.
¿Por qué no nos citamos en la cantina La Potosina, en Moneda, para seguir hablando de nuestro do de pecho distritofederaleño? ¿Viernes a las 15:00? Nos ponemos de acuerdo en @jorgepedro. (¡Que alguien lleve el libro de Toussaint!)
(Jorge Pedro Uribe Llamas / @jorgepedro)