Cada vez me importa menos la fiesta a la que fuiste, tu pensamiento profundo del día, tu opinión política, lo que hicieron tus hijos. Sospecho que el sentimiento es mutuo, pero seguro me equivoco. Hablo por mí, aclaro. Conforme la novedad me ha ido pasando, me he ido despegando del Facebook, del Twitter, del Instagram. Años antes me pasó con MySpace y Hi5, sólo que esta vez no los sustituye ninguna otra red social nueva.
Ya no son novedad. Al principio conocía gente nueva y excitante, o me reencontraba con gente del pasado a la que por un día o dos creí que sería fabuloso volver a ver. Si conocía a alguien en la vida real, me apuraba a agregarlo para “interactuar”. Ahora ya todo eso me aburre.
El juicio moral asfixia. ¿De qué sirve vivir en una ciudad de 20 millones de habitantes, si tu red social de unos pocos cientos o miles se comporta en conjunto como un poblado de tías beatas que nada les parece? Pueblo chico infierno grande.
Soy socialmente inepto. Vuelve a ser como en el salón de la prepa, cuando el 90% de la clase éramos invisibles, pero sabíamos todo del puñado de populares que ahora, en las redes sociales, nos enjaretan su vida y pensamiento como si nos interesara. Lo peor es que sí me interesa. Más patético es que, justo como en la prepa, les comento esperando ser aceptado.
Porque me estoy haciendo viejo. Después de los 40 ya no está tan padre. Empezando porque la foto de 2007 cuando entré a Facebook delata que los años me han atropellado
Se han vuelto reiterativas. El antitaurino elimina al aficionado a los toros (y viceversa). El que vota por AMLO filtra a los que no coinciden con su postura política. Al final, a fuerza de agregados y de eliminados, cincelamos ese pequeño pueblo feliz en donde todos se nos parecen. El problema es que el pederasta se rodea de pederastas; el racista de racistas, y en esas comunidades su comportamiento es ejemplar.
La felicidad es obligatoria. Salvo que tengas una red social de emos, está mal visto usar tu Facebook para intensear. A fuerza de comentarios reprobatorios nada sutiles, he aprendido que lo deseable, es que los status provoquen envidia, no lástima. Dile a todo el mundo que estás fiesteando, viajando, de compras, entrenando, leyendo, escribiendo, comiendo o bebiendo, pero no que estás deprimido. La excepción es si se te murió un ser querido. Eso sí está muy bien visto y tu status se llena de condolencias.
En LinkedIn tengo a puro desconocido. No agrego a nadie a Facebook “por seguridad”; ah pero qué tal agrego a cualquier Fulano a esta red social que según me ayudará a conseguir empleo. Iluso de mí.
(FELIPE SOTO VITERBO / @felpas)