El embajador mexicano en el Reino Unido, Diego Gómez Pickering, tuvo un lapsus durante la ceremonia del Grito de Independencia en Londres, el pasado 15 de septiembre. Al arrancarse a vitorear a Hidalgo, Morelos, la Corregidora, etcétera, hizo lo que se esperaba. Lo siguiente fue lo que desconcierta: al embajador le dio por vitorear a Porfirio Díaz. Acto seguido y sin solución de continuidad, volvió al guion y le siguió con Emiliano Zapata, personaje cuya importancia histórica estriba, caray, en haberse rebelado contra el gobierno de Díaz y encabezar la lucha que exigía un vuelco en las terribles condiciones de vida de la población campesina. Pero el golpe estaba dado.
“¡Viva Porfirio Díaz!”.
Me gustaría imaginar a los paisanos invitados al acto (que se celebró en el elegante museo Victoria y Alberto), empresarios, artistas, académicos, etcétera, demudados, con el canapé y la copa en la mano, deteniéndose un segundo antes de echarle vivas a Porfirio y decidiendo no hacerlo. La verdad es que eso no sucedió: ya fuera por inercia o convicción, los vivas se produjeron sin titubeo, como testimonia el video del episodio que circula en Youtube. Hasta pareciera (ojalá que lo confirme un especialista en medir la intensidad del sonido) que fueron ligeramente más recios
que los otros. “¡Viva Porfirio Díaz!”. “¡Viva!”. Me permito citar a Schopenhauer: “El estilo adecuado de la historia, es decir, su estilo verdaderamente filosófico, es el irónico”. Y, de una vez, al Buki: a dónde vamos a parar.
Esta historia, sin embargo, tiene héroes. Ya sea porque el embajador se dio cuenta de la pifia (quiero creer que no tenemos un porfirista destacado en Londres y todo se trató de un error lamentable) y mandó parchar sus declaraciones, o porque alguien de la legación (o de la SRE) tuvo la lucidez y los reflejos como para patear el balón fuera de la red y hacerse el que no cayó el gol, Porfirio fue extirpado del discurso a posteriori y sustituido por los insurgentes Matamoros y Galeana, cuyas presencias en la lista de vitoreables están más que justificadas. A mí, qué quieren, este detalle que muchos considerarán insuficiente, me parece digno de aplauso. Me gusta creer que el comunicador de la embajada fue quien lo sugirió y operó. Ojalá haya sido así.
La nota apareció en los periódicos y cruzó internet de un lado al otro. Es lo de menos. Todo mundo está sujeto a meter la pata en el ejercicio público. Lo que se espera no es que todo sea perfecto, sino que los errores se reconozcan y enmienden. El boletín en el que Porfirio Díaz desapareció del grito del embajador me parece, por lo tanto, ejemplar. La verdad es que me preocupan más los paisanos que gritaron “viva, viva”. Porque, en esta vida, o vitoreas a Porfirio o vitoreas a Zapata. A los dos juntos, no.