El PRD de 2015 no es más el partido contestatario de Cuauhtémoc Cárdenas ni el partido beligerante que con Andrés Manuel López Obrador acarició la Presidencia. Todo cambia, dice la canción, y hace unos años el partido del sol comenzó a correrse a las sombras del conservadurismo. Sin el discurso crítico y la posición desafiante de otros tiempos, el PRD es un partido de centro.
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El giro político del PRD comenzó a ocurrir hace unos años, a partir de dos circunstancias fundamentales: el ascenso de Nueva Izquierda, corriente encabezada por los Chuchos, Ortega y Zambrano, al cuerpo directivo del partido, y la llegada de Miguel Mancera a la jefatura de Gobierno.
La ecuación tras ese cambio fue simplista, más que pragmática: ante el hartazgo de la gente respecto de los partidos, los políticos y los pleitos y escándalos que los envolvían, resultaba ideal construir un nuevo discurso y una nueva propuesta para la construcción de soluciones.
Bajo esa idea, el PRD decidió plegarse al gobierno del presidente Peña, firmar el Pacto por México y apoyar las reformas educativa, energética y de telecomunicaciones, entre otras.
¿Pero esa decisión implicó una nueva propuesta política construida desde la ideología del PRD? ¿O significó plegarse y aceptar una propuesta concebida por el gobierno de Peña?
Un tercer personaje clave para entender el viraje del PRD es Miguel Mancera. El más gris de los jefes de Gobierno institucionalizó la política Fidel Velázquez, consistente en no moverse, no confrontar ni marcar una frontera entre el poder federal y el poder local asentado en la capital. Con los brazos en la cintura, Mancera abandonó el necesario equilibrio de poderes en el país.
De la mano de Mancera y con ayuda de Héctor Serrano, secretario de Gobierno del DF, Zambrano y Ortega emprendieron una intensa operación para cooptar corrientes internas y desarticular grupos poderosos como el representado por René Bejarano, y concretaron un cambio político de profundas consecuencias.
“Somos una izquierda diferente que construye soluciones”, advierte la declaración de principios de Nueva Izquierda. “Necesitamos una izquierda con vocación de poder y acercarnos a otros grupos, proponer, negociar, ceder”.
Para sus críticos, esta corriente al interior del partido es colaboracionista y entreguista. En los hechos ha supuesto un cambio de fondo que se hace evidente en las campañas políticas del DF. El PRD apuesta a campañas grises y apáticas, sin crítica ni propuestas, porque lo que se desea es que la correlación de fuerzas no cambie en la ciudad. Que cada quien conserve su pedacito de parcela.
Al más puro estilo de su padre, el PRI, este PRD le apuesta a ganar movilizando la estructura y renuncia a contender con los candidatos de Morena en las delegaciones Cuauhtémoc e Iztapalapa.
El PRD es ya un partido de centro, y en un descuido será un partido satélite del PRI.
(Wilbert Torre)