Hace años, Juan Villoro dijo que a veces no sabía lo que pensaba de algún tema determinado hasta que Monsiváis ponía por escrito lo que pensaba él. Claro: aquello era un elogio funerario, que es el género literario más arduo. Lo cierto es que funcionaba así y que para parte de la intelectualidad nacional, en especial la capitalina, Monsi fungía como una suerte de faro del conocimiento y pez piloto, y había que esperar a que se pronunciara sobre lo que fuera, desde la Liguilla al nuevo sencillo de Gloria Trevi pasando por las elecciones, para no meter la pata y andar luego matizando. Hoy, que la muerte casi in toto de nuestros viejos héroes culturales nos ha dejado en la orfandad, parecemos estar a la búsqueda de que los links de Internet que nos tapizan los ojos cada mañana ocupen ese espacio. Y entre esos links, ningunos tan socorridos en ciertos momentos como los que reproducen los comentarios y artículos del filósofo esloveno Slavoj Zizek.
Eso resulta bastante curioso porque Zizek es un tipo al que le gusta hablar de muchos temas, sí, y que recurre para sus abordajes lo mismo a citas culteranas que a chistes y a ejemplos basados en el cine y las caricaturas (lo que sus editores, arrobados, llaman “cultura popular”, como si quedara a estas alturas de otra). Pero, con todo, no le alcanza el tiempo o las ganas para hablar de todo. Sus colaboraciones en el New York Times (diario que muchos de esos repentinos adoradores desprecian salvo el día que publica a su héroe, una incongruencia muy del gusto del esloveno) puede que hablen lo mismo del último atentado terrorista que de la más reciente cinta de superhéroes. Pero todo tiene un límite.
Zizek no va a resolver cada una de nuestras dudas, especialmente porque no quiere hacerlo. Sus puyas (sus inmensamente populares puyas, sus aplaudidos berrinches) no tratan de instruirnos sobre qué decir si nos preguntan sobre Ayotzinapa. Zizek lanza golpes contra la naturaleza paradójica del mundo contemporáneo, tan terriblemente injusto que es inconcebible que se sostenga… y sin embargo se sostiene. No creo que aspire a convertirse en una Biblia viviente. Y eso va más allá del debate del fin de semana sobre la última salvajada que ocurre en una parte o en otra, a veces más cerca y otras más lejos de la pantallita a través de la que creemos leer el mundo.