Pocas cosas son tan divertidas para un periodista como que un entrevistado se le salga de las casillas. En Scoop, novela de Evelyn Waugh, se narra la guerra civil que azota un imaginario país africano. Uno de los ejércitos contendientes es un movimiento nazi compuesto por negros. El protagonista de la historia, que es reportero, entrevista a uno de sus líderes y le pregunta algo más o menos como: “¿Nazi usted? ¿En serio?”. El tipo, con todo y su tocado tradicional en la cabeza, se ofende muchísimo.
Otro al que no hacen gracia los medios es a un flamante candidato a la alcaldía de Cuernavaca, el futbolista Cuauhtémoc Blanco, postulado por el misterioso Partido Social Demócrata. Aunque en su etapa como iluminado político, que comenzó el pasado jueves, todavía no le tuerce el pescuezo a nadie, durante sus años de gloria como jugador destacó por rijoso y malencarado. Sin ir más lejos, le dio un puñetazo en las narices a David Faitelson, entonces locutor de TV Azteca, que solía criticarlo. (Nota al margen: ¿Cuáles son los méritos de Lagrimita o el Cuauh para, hipotéticamente, ocupar un puesto público y ejercer dinero que, no olvidemos, proviene de nuestros impuestos? Nadie los ha sospechado. Pero eso pasa a segundo plano cuando se puede sacar raja del asunto.)
El miedo de ciertos personajes a la prensa tiene, en ocasiones, una explicación obvia. ¿Quién nos iba a decir que la famosa pregunta sobre los tres libros que marcaron la vida del entonces candidato Enrique Peña Nieto y sus disparatadas respuestas fuera la causante de que el hoy presidente de la República no se pare en una rueda de prensa y no acepte sino entrevistas controladísimas por su equipo de comunicación?
Uno de los múltiples problemas del periodismo contemporáneo es la proliferación de entrevistas a modo, en las que, lejos de ser cimbrados o cuando menos sudar un poquito, los políticos y figurones tienen dominio total y se les invita a decirnos, por enésima ocasión, lo maravillosos que son y la fortuna increíble que tenemos de que nos planten la bota en el cuello.
En un sexenio en el que la prensa crítica es perseguida como nunca, en donde territorios como Veracruz o Tamaulipas son campos minados para la libertad de expresión, cada entrevista, cada nota, termina por ser un riesgo. No todos los que se disgustan son payasitos furibundos o futbolistas corajudos y el precio de incomodar, que es una de las funciones centrales del periodismo, se está volviendo directamente impagable.