Con lágrimas en los ojos me confesó “Era mi hermano pero tuve que granjearlo, no soportaba verlo morir frente a mí”. El término, por ingenuidad o ignorancia, me sorprendió y decidí investigar un poco. Granjas: eufemismo irónico-sádico que se utiliza para denominar a perversos centros de rehabilitación de alcohólicos y adictos a las drogas.
Nunca he entendido bien el término “lo trata como a un animal” como si uno pudiera golpear y maltratar libremente a los animales pero ésa es la razón por la que llaman granjas a estos sitios: porque su “terapia” consiste en reducir la existencia de los internos a la condición de bestias. En un reportaje publicado el año pasado en la revista Proceso se puede leer el testimonio de un hombre, joven, que estuvo varias veces interno en diversas granjas de la ciudad de México: “Las moscas volaban sobre la cara desfigurada de Julio. Estaba descalzo y sin camisa. Tenía los ojos en blanco. Cuando llegó a la granja no traía ni un rasguño. Pero terminó muerto por la golpiza que le pusieron los padrinos que nos seguían diciendo a todos: ‘¡Miren, cabrones: así también pueden terminar ustedes!’ Después echaron el cadáver a una camioneta y se lo llevaron quién sabe a dónde. Ya no supimos más. Nadie preguntó nada […] A la comida que nos daban la llaman ‘caldo de oso’; puras verduras echadas a perder que recogen de los desperdicios de los tianguis, revueltas en un caldo que sabe a tierra”. Las vejaciones que sufren los internos son interminables y se efectúan con una impunidad absoluta.
Cerca de donde vivo en la colonia Roma los bares se han multiplicado como hormigas en torno a un cubo de azúcar. Varios de ellos se administran por dudosos patrones (afuera de uno, por ejemplo, se estaciona todos los días una Hummer en mitad de la banqueta con ostentosa impunidad y prepotencia).
Cada mes sale una nueva marca de ron de peor calidad, con agresivas pautas publicitarias dirigidas muchas veces a menores de edad.
Más de tres cuartas partes del alcohol que se vende en establecimientos comerciales está adulterado.
En mi círculo familiar hay al menos diez alcohólicos (o alcohólicas) y entre las familias de mis amistades es una circunstancia tan común como la hepatitis u otras enfermedades.
Trabajo rodeado de hombres y mujeres de una inteligencia y una fortaleza admirables que en muchas ocasiones se han tenido que sobreponer a la violencia endémica del atroz tejido social que conforma nuestra ciudad. En la inmensa mayoría de sus hogares el alcoholismo no es tanto un problema como una pequeña pandemia.
El estúpido estereotipo del macho mexicano está íntimamente asociado con el alcohol y el consumo depredador y voraz del mismo se encuentra enquistado prácticamente en todos los estratos sociales y económicos. Desde el ‘mirrey’ hasta el ‘teporocho’, el alcohol es un éter casi omnipresente en nuestras vidas.
Del otro lado de la moneda, en las ciudades norteamericanas en las que la marihuana ha sido aprobada para “fines medicinales” no se ha disparado un solo indicador que permita preocupar a los paladines de la salud pública.
Tengo hartos amigos que consumen marihuana sin que ésta afecte mínimamente sus vidas. Jamás he visto a uno de ellos ponerse agresivo o agresiva, jamás he oído de alguien que choque por estar pacheco. ¿En casos de consumo excesivo presenta problemas en la salud? Sí, por supuesto. Como es el caso del alcohol, el tabaco o para tales efectos de la comida chatarra. Las razones por las que podría no aprobarse la despenalización de la marihuana son de corte ideológico, no médico.
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(DIEGO RABASA / @drabasa)