“¡Pum, pum, pum! Te llamabas”, por @apsantiago

-¿Supiste?

-¿Qué?

Mataron a Colosio.

Nunca vi tan grandes los ojos de papá, en su estado normal chiquitos como monedas de 20 centavos. Tenía la melena revuelta, una melena de 5 am.

Yo, mesero del restaurante Cluny, en mi día libre había ido al Cine Polanco. Salí tarde, no prendí la tele ni la radio, volví a casa y me dormí.

La madrugada siguiente papá pronunció “Mataron a Colosio” con cara de “esto es el fin del mundo”. Apenas despierto para ir a mis clases en la UNAM, lo oí y pensé “ya llegamos al fondo de este pozo de mierda”. Ingenuo: ese crimen político no era nada nuevo. A Morelos lo mataron; a Maximiliano lo mataron; a Carranza lo mataron; a Villa lo mataron. Quizá pueda escribirse un libro pesado como un ladrillo sólo enlistando políticos asesinados en este país (y otro de políticos asesinos).

Seamos mesurados: el 23 de marzo de 1994 sólo se refundó un estilo muy nuestro de hacer política: matar. Desde el homicidio de Moctezuma, en este rincón planetario da frutos matar al rival. Mátalo y descargarás tu odio, liberarás tu camino, exhibirás tu hombría y hasta te promoverán: por matar a Zapata al coronel Guajardo lo ascendieron a general. En México, cargar un muerto es, para la conciencia, más llevadero que saber que tu enemigo existe.

Minutos después del asesinato de Colosio en Tijuana (sí, minutos), el presidente del PRI (sí, del PRI) Fernando Ortiz Arana ya se promovía como candidato sustituto. Cúspide del cinismo.

Denostado por todos desde el dedazo de Salinas, Colosio se volvió el Salvador de la Patria en cuanto la bala perforó su cráneo. Lástima, ya estaba muerto. Claro, el PRI le hizo su estatua sobre Reforma, hermoso bronce que inmortalizaría su ideario. Ya cadáver, PRD, PAN y PRI valoraron su “Veo un México con hambre y con sed de justicia” que enfureció a Salinas. Perdón, de esa furia hay duda, como hay duda de si Aburto lo asesinó, de que no hubiera autor intelectual y todo lo perpetrara un loco solitario, de que Salinas quisiera resolver el crimen.

Como nuestro aparato de justicia es una fábrica de dudas –sólo no hay duda de que es un esperpento- y matar es provechoso, aún nos hundimos en el México de cantinas, pistoleros y vendettas. Cuántos políticos no fueron asesinados desde ’94. El último, Gustavo Garibay, alcalde que el sábado recibió 18 tiros.

Aquella madrugada de hace 20 años me equivoqué: podíamos sumirnos más en el pozo de mierda.

Isabel, argentina de 67 años, me contó un chiste que rolaba en las escuelas de su país cuando era adolescente, allá en la década de los ‘60. Ahí les va, dura como tres disparos y es de gran actualidad:

Un mexicano ve en la calle a otro mexicano.

-Hey tú, ¿cómo te llamas?

-Pedro.

¡Pum, pum, pum!

-Te llamabas.

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(ANÍBAL SANTIAGO / @apsantiago)