Qué diría Carlos Monsiváis, por @guillermosorno

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A las 11 de la mañana del sábado, la calle de Madero es un muestrario de los nuevos personajes chilangos. Un payaso está montado en el balcón del antiguo Banco de México y desde allí ha colgado un bote a donde la gente le deposita el dinero a cambio de que le digan su fortuna, las esculturas vivientes –una forma oculta de comercio ambulante, controlado por SSSS, la líder transexual del PRI– ya adornan las esquinas con escenas de la Revolución Mexicana en bronce, soldados verdes mecanizados o seres de otra galaxia.

 Los enganchadores de las ópticas de Madero, incrustadas en los edificios aledaños, recitan su oferta de lentes y exámenes de la vista, pero suenan a feligreses que dicen un rezo de memoria y con acento chilango.

De este lado, el antiguo Palacio de Iturbide abre sus puertas para una extraordinaria exposición de Mathias Goeritz, el arquitecto de origen alemán que llenó la ciudad de esculturas abstractas en espacios públicos magníficos; del otro, Starbucks es la estación a donde llega la nueva clase media que abarrota el centro, justo porque no tiene otros espacios públicos.

Voy de camino al homenaje a Carlos Monsiváis que organizó el Museo del Estanquillo en el quinto año de su muerte. Como tengo al escritor en la cabeza, no puedo evitar hacerme la misma pregunta ociosa que he escuchado miles de veces: ¿qué hubiera dicho Carlos Monsiváis de esta calle, esas estatuas, estas elecciones, del Partido Verde, el partido en el poder, El Bronco o el chicle en el pavimento?

Uno de los grandes misterios mexicanos es por qué un escritor tan difícil de leer, a veces incomprensible, es tan popular y tan extrañado. A la calle de Madero la han descrito Novo, del Valle Arizpe y Renato Leduc, pero su mirada no se añora tanto como la de Monsiváis.

¿Qué es lo que nos hace falta?, ¿la mordacidad de sus cometarios que hacía estallar lo que tocaba?, ¿la inmediatez de su escritura que lograba describir los fenómenos sociales al mismo tiempo que estaban sucediendo?, ¿o la insistencia en abanderar causas perdidas que, cuando las tocaba, ganaban de alguna manera?

A las cuatro de la tarde, la gente abarrota la terraza del Museo del Estanquillo. Han llegado los parientes de Carlos y amigos que lo acompañaron desde los cincuenta. Antonio Saborit, quien parece conocer cada vericueto del pensamiento de Monsiváis en cierta etapa de su carrera, dice que el Monsiváis que más le gusta es el de sus escritos biográficos, los obituarios que hizo de los grandes personajes muertos, los retratos de los íconos populares y la biografía de Salvador Novo.

Alfonso Morales, quien ha revisado la colección de fotos del Museo del Estanquillo, habla de los retratos que existen del propio Monsiváis y elabora una teoría de su construcción pública por medio de la foto.

Yo pienso que es extraño que un escritor como Monsiváis, quien rehuía a hablar de sí mismo, haya quedado tan bien retratado en fotos y escritos biográficos sobre otros. Pero, ¿qué diría Carlos Monsiváis?

No sé. El escritor ha callado y no está disponible para interpretarse a sí mismo.

(GUILLERMO OSORNO)