“Van a tener que hacerlo; así se darán cuenta qué es lo más importante en el periodismo”, nos avisó en una clase de 1994 la profesora de la licenciatura. Ya en casa, me resigné a sacar pegamento, tijeras, plumones, hojas, y me senté en el escritorio para hacer la tarea, la misma fastidiosa tarea que debí repetir cada uno de los días del cuarto semestre: recortar 10 noticias de periódicos, pegarlas en papeles y subrayar el “qué”, “quién”, “cuándo”, “dónde” y “por qué”, las “5 W” que todo texto periodístico estaba obligado a responder (what, who, when, where, why).
Molesto con la carrera, enferma mi vocación periodística, yo cumplía mi obligación, cual esmerada señora en el curso de manualidades de su colonia.
Después, unos maestros dedicaron varias clases a la “pirámide invertida”, a su entender clave para el buen periodismo (“lo más importante de la noticia va en el primer párrafo y así –nos decían- se siguen en orden descendente hasta poner lo menos importante en el párrafo final”). A esa altura ya me sentía miserable.
“¿Dedicaré 4 años a este bodrio?”, lamentaba, y me rondaba la idea de abandonar y estudiar Educación Física en la ESEF e incluso Sociología, para la que tenía tanta vocación como para la porcicultura.
Una tarde, me agaché en uno de los puestitos de la Facultad de Filosofía y agarré un libro color rosa. Siqueiros. La Piel y la Entraña, era el título junto a un retrato de ese muralista, en el que fruncía el ceño y aspiraba un cigarro.
Me llevé el libro a casa. Julio Scherer -un periodista del que se hablaba mucho, pero que nunca había leído- presentaba ahí historias obtenidas en entrevistas con el pintor mexicano dentro de la penitenciaría de Lecumberri, donde era preso político.
Anteayer, al enterarme de la muerte de Scherer, busqué en mi biblioteca aquel libro publicado en 1965. Me detuve en un subrayado de la página nueve que hice en esa época, hace 20 años. El periodista cita a Siqueiros, que en un encuentro inicial le explicó “casi colérico” cómo entrevistarlo: “Raje la corteza –le exigió-, ábrala, vea escurrir la savia, asómese a lo que verdaderamente es un árbol, a su tronco, a sus raíces y no se preocupe tanto por las flores”.
El joven reportero -que por primera vez escribía un libro- hizo caso a su entrevistado. No sólo transcribió las respuestas que el artista dio en la oprobiosa atmósfera carcelaria, sino hurgó en la conducta e ideas de Siqueiros, sus pasiones, júbilos y tragedias.
Aquel librito amarillento y deshojado que esta mañana veo pletórico de subrayados me reconcilió con un destino, mi oficio actual, que me estaba causando escozor. Como Scherer, yo también quería ser periodista, rajar la corteza de la realidad, abrirla, y que escurriera la savia del mundo en que vivimos. Asomarme a su piel y su entraña.