Durante milenios no fue un arte definirnos. En la antigüedad la gente se reconocía por su nombre y el de su padre: “¡Te saludo, Aragorn, hijo de Arathorn!” Eran tiempos más simples: el que se dedicaba a lechero era El Lechero, y su hijo, El hijo del lechero (¡hola, cómo te va!). Eran tiempos más felices: el teléfono sólo sonaba en la mesita y no en tu bolsillo. La red social era una expresión rarísima para referirse a tu familia y a tu panda de amigos y nunca nos arruinaba el matrimonio. Los álbumes de fotos eran pesados mamotretos que te permitían ver lo chistosos y blanquinegros que eran tus papás cuando eran niños, y nadie jamás tomaba fotos de lo que comía.
Otra cosa que nadie hacía era definirse a sí mismo más allá de del oficio y el nombre. La definición es un arte reciente, de cuando en internet se inventaron los perfiles. Los primeros fueron los del messenger (¿lo recuerdan? Ya ni existe). Luego se refinaron en sitios hoy arqueológicos como MySpace o High 5 o en los blogs personales. Ninguno de esos sitios ha desaparecido aún, pero entiendo que los del INAH están excavando para ver si encuentran alguna ofrenda funeraria. Fue con el Facebook, pero en especial con el Twitter que el arte de la autodefinición se ha vuelto una forma de expresión personal que alcanza alturas literarias. No todos, claro. Aquí van las excepciones (si te identificas con una o varias siempre puedes cambiar tu mini-bio).
Los “estadísticos” son los más ramplones: aquellos que en su definición no aportan más que algún dato que únicamente podría interesarle al INEGI: “Mujer.” “En México DF.” “Abogado.”
Los “curriculistas” están un poquito más arriba en el escalafón: aprovechan el espacio para enumerar sus logros profesionales o académicos: “Arquitecto, ambientalista, PhD.” Suelen rematar con algún detalle doméstico e irrelevante: “América campeón.”
Los “resignados” parecen no estar convencidos de la vida que llevan y deben de justificarla. Son como los “curriculistas” pero a cada oficio o profesión le agregan las palabras “por vocación”, o “por convicción”, que sinceramente reducen cualquier interés.
Los “sonríe a la vida” resumen su profunda filosofía en su perfil (que suele ser la foto de ellos mismos en situación de yoga). Usan frases como “vivo la vida” (ni modo que qué) o “siempre una sonrisa derrota a la tristeza”. Dicen vivir el momento con plenitud. Ese tipo de gente.
Las “estoy linda” no necesitan más que poner una foto, suya o robada, que muestre un escote extrovertido con alguna frase con faltas de ortografía y a las pocas horas tienen miles de seguidores. Casi todos hombres. Casi todos con la foto de su pene como perfil.
Las “nado en hormonas” se autodefinen como bipolares, locas, berrinchudas, costosas, y de algún modo esperan caer bien con esas credenciales. Supongo que alguna vez intentaron venderse como personas agradables y no pudieron sostener la oferta. Cosa rara, suelen ser mujeres.
Los “soy un perdedor” ironizan respecto a sí mismos en la lógica de me tiro para que me levanten. “Una vez fui a un concierto de Magneto.” “Doctor en ingeniería, ergo, conduzco un taxi.” “Mi perro no se emociona al verme.” Rayos, creo que yo pertenezco a este grupo.
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(Felipe Soto Viterbo)