Finalmente conseguí ver Bohemian Rhapsody, inspirada en la vida y obra de Freddie Mercury. No me decepcionó. Pero solo porque mis expectativas ya eran bastante bajas antes de meterme a la sala de cine
o niego que tiene algunos aciertos, empezando por la selección del reparto —aunque el físico del actor que interpreta al personaje principal, Rami Malek, quien a pesar de los dientes de mentiras que le pusieron, me resultó más parecido a Prince que a Mercury— o la recreación fiel de la actuación triunfal de Queen en Live Aid (que, de acuerdo con algunos periodistas e historiadores, es el concierto más grandioso en TODA LA HISTORIA DEL ROCK), pero en general me pareció una película sosa, superpredecible, llena de lugares comunes, saturada de melodrama innecesario, cursi, de coincidencias forzadas, sin rigor histórico, y que nos muestra una historia de Queen pasteurizada, lista para ser convertida en una atracción de Disneylandia: un chavo incomprendido por sus padres se reúne con tres tipos más…
“En general me pareció una película sosa, superpredecible, llena de lugares comunes, saturada de melodrama innecesario”
Gracias a su creatividad y talento conquistan el mundo de la música, no sin desafiar a quienes no eran capaces de vislumbrar su grandeza. El éxito corrompe al líder del grupo, que decide abandonar a sus compañeros para probar suerte como solista. Sin embargo, se da duros golpes que le hacen descubrir que el trabajo en equipo es el camino a seguir. Al mismo tiempo, paga un precio muy alto por su vida personal decadente e irresponsable —es decir, según los directores, deja atrás su vida heterosexual—, que acaba costándole la vida.
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¿Se vale modificar y torcer de ese modo la historia para alcanzar un éxito comercial, para complacer a los fanáticos? No lo sé. Seguramente si le preguntamos a los contadores de la Twentieth Century Fox nos dirán que sí. Que todo se vale. Además, su veracidad nos importa a pocos. La mayor parte de la gente quiere divertirse, quiere ver a sus ídolos con muchas más virtudes que defectos. Yo creo que una historia tan fascinante como la de Mercury y como la de Queen debería contarse con mejores herramientas, con una mirada más compleja, que le haga justicia a las personas y, de paso, a la música. Una banda tan poco convencional, creo, no merece una película tan convencional.
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Hablando de la música de Queen, resulta interesante que en Bohemian Rhapsody más o menos intentan explicarnos a los espectadores cómo funcionaba la banda en el estudio y cuáles eran los impulsos artísticos detrás de algunas de sus obras más emblemáticas. Creo que es lo que más me gustó. Sin embargo, estas escenas son breves y solo rascan la superficie. Por ejemplo, es una belleza saber que una de sus canciones más frívolas, “We Will Rock You”, fue específicamente diseñada para que el público participara más en el concierto. Le da otro sentido. O que “A Night At The Opera”, una de sus obras más ambiciosas, está relacionada con la afición que sentía Mercury por el bel canto y su grandiosidad. Pero en general queda claro, gracias a la cinta, qué motivó a Queen a experimentar, a lo largo de su carrera, con el metal, con el rockabilly, con la música de cabaret, con la música disco y varios otros géneros.
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Y se vuelven inevitables las ganas de explorar otra vez sus discos a profundidad, más allá de los megaéxitos que la radio nostálgica de la Ciudad de México nos receta incansablemente. Quizá eso habrá que agradecerle a todos los que están detrás de esta película: que nos han contagiado a algunos de las ganas de redescubrir a una banda de rock hermosísima.