Dos grupos a la baja, y repudiados por la opinión pública están detrás de las violentas protestas que, además de desquiciar la Ciudad de México, han puesto en jaque lo mismo al Congreso que a los gobierno federal y del DF.
Por un lado, detrás del caos cortesía de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, está la mano de Juan Díaz de la Torre, líder del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Por increíble que parezca, el SNTE –rival histórico de la CNTE- se ha encargado de dar gasolina al movimiento magisterial. La ecuación está aderezada por traiciones e intereses que en nada tienen que ver con lo educativo. Es, más bien, la búsqueda del poder y la jugosa bolsa que representa liderar el sindicato más grande de Latinoamérica.
Díaz de la Torre creció al interior del Sindicato, cobijado siempre por la figura de Elba Esther Gordillo. Ella lo arropó y apoyó al interior del gremio para que fuera líder de sección en Jalisco y, además, se encargara del Colegiado Nacional de Administración y Finanzas del SNTE de 2009 a 2011. En esa posición manejó todos los recursos del magisterio, siguiendo las ordenes de la “maestra”.
Díaz de la Torre construyó una relación de cercanía con Gordillo y su hija Mónica Arriola, hoy senadora de Nueva Alianza. A ellas les debe haber escalado en el organigrama sindical, pues la mayoría de los liderazgos del SNTE no solo no lo veían con buenos ojos, sino que no lo conocían. Pero una vez que la “maestra” fue detenida, el hoy líder del SNTE buscó cortar el cordón umbilical que lo unía a ella para mantener el control del gremio y la traicionó. Díaz de la Torre pretendió pactar con el gobierno federal su permanencia, a cambio de convertir al Sindicato en dócil y sumiso. Y claro, a cambio también de impunidad, pues como Tesorero del sindicato no estaba ajeno a los malos manejos de Gordillo y su pandilla, a la que pertenecía.
Por eso el SNTE, durante la discusión de la reforma educativa, no pataleó ni se mostró reacio a la evaluación magisterial, a la profesionalización del servicio docente o a la limitante de heredar plazas, aspectos que golpeaban su modus vivendi.
Díaz de la Torre apostó por estar del lado del gobierno, a cambio de que, una vez concluida la legislación de la Ley y sus leyes secundarias, lo apoyaran para permanecer en el SNTE. Y así estaba a punto de ocurrir, pero en el camino la operación se le complicó. Al interior del Sindicato, el grupo cercano a Gordillo, encabezado por su hija Mónica Arriola –que controla el Comité Nacional-, comenzó a empujar para removerlo, a través de una Asamblea Extraordinaria.
La convocatoria estaba por darse: en el SNTE esperaban solo el visto bueno del gobierno federal que había pedido que no se diera sin antes haberse aprobado las leyes secundarias de la reforma educativa, para no entorpecer el proceso. Fue entonces que Díaz de la Torre, para ganar tiempo, buscó a los principales líderes de la Coordinadora y les ofreció apoyo. Necesitaba tiempo, pues de llevarse a cabo la asamblea extraordinaria, hubiera perdido el control del SNTE, pues el grupo de Elba Esther lo habría removido.
Vino pues la andanada de la CNTE. Miles de profesores, convertidos en provocadores profesionales sitiaron la cámara de diputados y el Senado, además de tomar por asalto el Zócalo y amagar con paralizar el Aeropuerto de la Ciudad. La reacción del gobierno federal fue lenta y torpe, porque tanto en el Congreso, como en el Aeropuerto, correspondía a ellos actuar y no al GDF. En el gobierno de la Ciudad se valoró cómo y hasta dónde usar la fuerza pública. El jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera determinó no ir a una confrontación entre policías capitalinos y el grupo de maestros, al existir información que confirmaba que, dentro de los contingentes de maestros, había provocadores armados.
Así, y a pesar de las críticas que ha recibido por no usar la fuerza pública, Mancera logró evitar un baño de sangre. Actuó con prudencia frente a los imprudentes profesores que para entonces ya habían sido infiltrados por grupos subversivos, como los anarquistas, que tenían una intención de choque y desestabilización.
Mancera aguantó el embate, que incluía presiones del grupo de su rival político, René Bejarano –que vio río revuelto y buscó sumarse al desgaste del gobernante capitalino, apoyando en la logística al plantón del CNTE- y de paso, le hizo la chamba al gobierno federal desactivando el problema y encausándolo al diálogo, ante la ausencia de Gobernación y la SEP como interlocutores. El jefe de gobierno convenció a los maestros de aceptar mesas de diálogo y neutralizó a Bejarano que pretendía, por un lado, orillarlo a usar la fuerza pública -para así tacharlo de represor frente a la izquierda-, y por el otro, debilitarlo en términos de imagen pública frente a quienes en su mayoría votaron por él el año pasado: la clase media, que le atizaba críticas por no emplear a la policía.
Así, Mancera sorteó la crisis, lo que parecía casi imposible la semana pasada. Pero el jefe de gobierno no puede cantar victoria. Viene la discusión de la reforma energética, además de una movilización convocada por maestros el 1 de septiembre y otra por AMLO el ocho del mismo mes. Quizá por separado, las protestas puedan contenerse, pero en una misma coyuntura y con un mismo hilo conductor, pueden resultar explosivas.
Y a todo esto, ¿dónde está el gobierno federal?
(MANUEL LÓPEZ SAN MARTÍN)