Soy estreñido, la mera verdad. He buscado muchos remedios, pero nada me había funcionado (y eso que probé desde raíces hasta brebajes de varios brujos).
Antes, realmente lo padecía. Interminables e infames minutos sentado en aquél infierno de porcelana. Fuertes retortijones de pesadilla. Obligarme a ahogar mis propios gritos mordiendo una toalla para que mis vecinos no se enteraran. Sufría, en serio sufría cada maldita mañana.
Esto de las redes sociales, en cambio, han sido una bendición para mí y mis dolencias. Rápidamente, al primer espasmo de tripa, al primer pinchazo avisando lo que viene, tomo mi teléfono celular y corro al baño a pujar. Es liberador. Sólo tengo que elegir a mi víctima del día. Lo mismo da si son figuras públicas, políticos, o famosos. Opino sobre ellos y me burlo de su aspecto físico (no soy ninguna guapura) y lo mismo soy crítico sin escrúpulos que jodedor con saña.
Manipulo a modo, a veces me pagan y muchas otras no, pero no importa. Así hago pasajero un momento que antes me era tortuoso: disfruto diciéndoles a todos que son unos inútiles y que lo que hacen o dicen, es tonto y que yo podría —aunque no sea cierto— hacerlo o decirlo, mejor. Sí, porque soy más inteligente y porque me olvido del tenesmo rectal por unos minutos y me transformo. Soy más guapo. Excelso.
¿Xenofóbico? ¿Yo? Pues sí, si el problema gástrico viene fuerte, soy capaz de todo. Lo que sea con tal de sentir alivio orgánico. Incluso agrediré a judíos por ser judíos y ser parte de la conspiración mundial, agrediré a mujeres por ser mujeres e incitaré al odio hasta de mamás y niños si no piensan como yo, porque de eso se trata la libertad de expresión: para enseñarles a los tontos-que-piensan-diferente, que si piensan diferente, es porque son unos-hijos-del-sistema y que por siempre han sido manipulados-por-la-tele-idiota y que necesitan abrir los ojos a la conspiración de los ricos y poderosos o de plano, callarse la boca.
Me llaman troll en la jerga de internet. ¿Por qué? El verbo troll es una técnica de pesca que consiste en arrastrar lentamente un señuelo, para hacer caer un pez gordo. Pero también, los Troles son pequeños monstruillos de la mitología escandinava, dedicados a hacer travesuras y malicias a cualquier extraño que se atreva a entrar en su entorno físico. ¡Y el internet es nuestro dominio! ¡Pobre de aquél que se atreva a cuestionar nuestros dogmas de fe, por contradictorios que sean! ¡Pobre porque será el objeto de toda burla entre yo y mi pandilla!
¿Mediocre? No, es que ustedes no entienden lo gozoso que es reírnos después entre nosotros y darnos palmaditas virtuales en la espalda que aumentan la autoestima y el ego. De verdad. Es tan dichosa la camaradería, que ya hemos llegado inclusive a burlarnos de algunos, ¡sin que se tengan que enterar! Es de lo más cool, ¿no? ¡Estamos de moda!
¿Que eso es como hablar a espaldas de otros? Sí, ¿qué tiene de malo? ¿Que eso es como aventar la piedra y esconder la mano? Pues claro. Obviamente, todo lo hago desde el anonimato, eso lo hace divertido. Además, sí me da miedo que un día se enteren quien soy y me metan a la cárcel por incitar al odio, o que se enteren cómo gano dinero y me den mi merecido o me humillen en público. ¡La humillación pública es aún peor que la diarrea imperiosa y explosiva después de destapado mi sistema gástrico!
¿Que tengo problemas de comportamiento social? Voooooooy. No exageren. Estamos en guerra y mi papel es básico: desinformar por un lado con perfiles y cuentas falsas, y por el otro, ver si provocando logro que alguno me responda y caiga. Además, ya les dije, lo importante es que me sirve como terapia. Es como mágico el asunto. De mi intestino, logro pasar la vibra a un teléfono o computadora, y de ahí a un usuario de red social… Después, yo jalo la cadena del baño y me olvido mientras el otro, hace el entripado de su vida. ¡Jajajajaja!
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