Un joven de 23 años, un metro ochenta centímetros y piel morena salió sonámbulo del salón Insurgentes del hotel Melía de Paseo de la Reforma. Después entró al baño, se empinó frente al lavabo, puso sus manos debajo del chorro de agua y se empapó la cara: llevaba cinco horas y media sentado frente a Antonio Loyo, un funcionario de la Fuerza Civil de Nuevo León que va a cumplir dos años yendo y viniendo a la ciudad de México en busca de reclutas porque allá casi nadie quiere ser policía.
Más tarde el chico aprobó todos sus exámenes: salió con buen coeficiente intelectual, le ganó a la computadora en el tema de la honestidad, superó los estudios psicométricos y volvió a su casa, enclavada en un barrio de Iztapalapa, dispuesto a resolver todos sus pendientes, preparar maletas e irse con ellas esta semana hacia la central camionera del norte para llegar a Monterrey, donde será hospedado en la nueva Fuerza Civil.
-Parece que por fin encontré algo decoroso- me dijo el muchacho, quien llevaba un fólder de plástico en la que cargó todos sus documentos oficiales.
Más de mil jóvenes en los últimos dos años, principalmente egresados de alguna licenciatura y que aquí no han encontrado trabajo, han dejado la ciudad de México en busca de una oportunidad y atraídos por la ilusión de ganar desde 15 mil pesos mensuales aunque su labor no sea fácil: hay un déficit de elementos en la corporación debido a que buena parte fueron enganchados por el narcotráfico, reprobaron los controles de confianza o, simplemente, desertaron por temor a ser abatidos por el crimen organizado.
-Mamá no quiere que me vaya. Dice que se quedará sola y estará con el Jesús en la boca todo el tiempo. Pero yo le digo que no es digno que después de quemarme cuatro años las pestañas acepte quedarme como chalan de una tienda de abarrotes con un sueldo que apenas alcanza para mediocomer- explicó el nuevo recluta de 23 años.
Vi a ese muchacho optimista, con ganas de salir adelante, aún cuando la vida ha sido dura con él. Hace ocho años murió su padre, su madre enfermó de diabetes y sus dos hermanos mayores apenas pueden con la manutención de sus propias familias.
Apenas hace unos días, el INEGI dio a conocer que el número de hombres y mujeres sin trabajo en México subió a 2.6 millones en el país durante segundo trimestre del año. El DF y Tabasco son las dos entidades que registraron las tasas más altas: 6.9 por ciento.
-Yo necesito al menos ganar 10 mil pesos al mes para ayudar a mamá con lo de sus medicinas también– dijo el joven con cierto tono de melancolía después de recordar que sus dos hermanos apenas tienen para pagar la renta.
La situación de nuestros jóvenes en la ciudad de México es foco de atención. No se excluye de los reportes con malas noticias. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE) reveló desde 2011 que 24.7% de los jóvenes de 15 a 29 años en 2011 se ubicó como “ninis” (chicos que no estudian ni trabajan), fenómeno que prácticamente ha mantenido ese nivel en una década e incluye a personas de la ciudad.
Es claro que los mayores problemas que llegan a afectar a los chicos pobres, sin trabajo o pésimos sueldos, son la violencia, la delincuencia y las adicciones, pero el nuevo recluta que conocí en el hotel Melía ha decidido no caer en las tentaciones e irse a dar la vida por un estado que desconoce y que sólo ha imaginado cuando ve el cerro de la silla durante las transmisiones de los partidos de futbol del Monterrey.
Mientras el desempleo llega a niveles preocupantes en la ciudad de México, Carlos Navarrete, el secretario del Trabajo del gobierno local, concentra su tiempo en la disputa que acaba de anunciar oficialmente con Marcelo Ebrard por la dirigencia nacional del PRD. Hacen falta políticos comprometidos que no sólo piensen en su propio bienestar. En buena medida ese el síntoma de nuestras desgracias.
(ALEJANDRO SÁNCHEZ)