La idea de futuro ha tenido, siempre, la bifurcación de esperanza y terror. Cada uno de nosotros pretende en el futuro mejorar la situación actual y romper el status quo pero, a la vez, le aterra que se desmorone ante la incertidumbre de lo desconocido.
El festejo de esta semana, cacareado y mareado, de la fecha del 21 de octubre me hizo recordar lo nostálgicos que somos de un futuro menos catastrófico del que vivimos.
Zemeckis imaginó un 2015 con sabor a lo edulcorado de los 80, donde los blancos seguían dominando las calles y los bullys se vestían en atuendos supersónicos y divertidos. Los 80, en la idea del director de cine, tenían un sentimiento nostálgico cutre y la evolución de los blockbusters era predecible.
Los aciertos sobre las noticias geodirigidas se desvanecen ante el mundo en nuestras manos con un teléfono celular.
Pero el tema no es ése, sino nuestra capacidad de sabotearnos el futuro.
Nuestra necesidad de lamentar que las cosas no fueron como nos imaginamos y, a la vez, voltear a ver el entorno disímbolo.
Cierto, el mundo no fue como Metrópolis ni como Viaje a la Luna, como tampoco cual lo presenció Marty McFly. Seguramente, tampoco será como el que se presenta para Star Trek o las más recientes instalaciones de Nolan o Scott. El chiste es ¿cómo estamos creando el futuro?
Porque, de pronto, el futuro se paró en un mundo lleno de gadgets que conectan y aíslan, los juguetes empequeñecen el progreso y amplían las brechas, las ideologías se han vuelto mezquinas y totalitarias y los políticos son depositarios fieles de todos los temores para convertirlos en gasolina de sus carreras y posiciones.
Si tuviéramos que hacer el paralelaje de la trilogía Mcfly-Brown-Tanem, la época actual es el futuro alterado donde el bully gobierna a partir del terror y la violencia.
Se puede cambiar. Sin interrogación. Comencemos por zafarnos las melancolías. Cada grupo de poder tiene sus obsesiones de pasado, carga con ellas y se impregnan en la cultura. Las hubo hacia la época disco y hacia los aletargados y molestos 80. Ahora, los 90 tempranos se imponen y tienen un choque hacia una generación que no reclama como Cobain y que, incluso, lo frivoliza.
En cuanto olvidemos nuestras obsesiones hacia presente y pasado y nos enfoquemos a resolver lo presente, la situación será lo suficientemente fluida como para poder construir mejores recuerdos y, por supuesto, condiciones superiores a lo que otros se imaginaron.
Ahí sí, sin deloreans o galletas de humanos como referencia.