A media proyección, con un nudo en la garganta, decenas de risas atoradas en las tripas y agarrado de la butaca como si estuviera vendo una cinta de horror, el director Luis Estrada me da una palmada en el hombro y dice: “Relájate, sólo es una película”.
De todas las películas de Luis Estrada me parece que esta es la más dura, la más ácida, la más despiadada. Cada risa que nos provoca viene acompañada de su respectivo retortijón y cada asociación entre los personajes y la vida real nos llega a manera de reflujo.
Y es que la crítica de La Dictadura Perfecta comienza desde el casting. Es lo que podríamos llamar una selección de actores con postura editorial. Si no fuera así, ¿cómo entender que el presidente de la República es interpretado ni más ni menos que por Sergio Mayer, ex integrante de Garibaldi y stripper profesional, quién quizás sin saberlo hace el papel de su vida?
Si uno es un observador atento podrá distinguir a muchos personajes siniestros y familiares que tienen a su doble en la vida real. En algunos el parecido es francamente aterrador. Ellos nos recuerdan que hay una película acá afuera de la que no podemos escapar, pero también nos hacen preguntarnos: ¿Quién parodia a quién?, porque hay momentos en La Dictadura Perfecta en los que uno no puede evitar sentir que está viendo una película en serio sobre la parodia que encarnan quienes gobiernan este país.
La parodia perfecta de un gobierno que se volvió la parodia de sí mismo y que ha convertido a la historia en una telenovela. La parodia perfecta de una sociedad que se volvió tele-invidente y de ciertas empresas de comunicación que han convertido a sus medios en un redituables negocios productores de mentiras de diseño.
Si ustedes vieron las producciones de Genaro García Luna, el melodrama de Florence Cassez y el thriller de Paulette, deben ver La Dictadura Perfecta para completar el mapa de nuestra decadencia política. El espejo que Luis Estrada nos pone enfrente no tiene concesiones para nadie. Se ríe del poder y de la ambición desmedida de empresarios, periodistas y políticos, pero los espectadores también estamos reflejados. Al final, sea ante la pantalla donde miramos una película o la pantalla en la que vemos las noticias que nos recetan cada noche, nuestra actitud parece ser siempre la misma.
Nos quedamos mirando la pantalla –indignados pero inmóviles– en lo que nos vamos convirtiendo en extras trágicos de la gran telenovela nacional. Obstinados en ver este país como un Mundo Maravilloso, sin darnos cuenta de que esta Dictadura Perfecta es el mismísimo Infierno en el que sólo aplica la Ley de Herodes:
O te chingas, o te jodes.
(FERNANDO RIVERA CALDERÓN / @monocordio)