Reportear el poder

Hace pocos días, mientras nos empujábamos unos tacos en el Salón Corona, un colega que cubre a Peña Nieto nos contó a varios amigos historias reporteriles de pena ajena:

1) Los reporteros aplauden siempre que Peña lee alguno de sus discursos. 2) Peña suele lanzarle indirectas a una colega que no lo adula y el resto de reporteros, sobre todo dos, la bulean, le dicen que es una amargada, que no sabe nada de periodismo, que el SeñorPresidente es lo mejor que pudo haberle pasado a este país. 3) Hay un cronista que muestra sus textos a Peña antes de que se publiquen. 4) Una reportera radiofónica pide al Estado Mayor Presidencial que le presten un salón para festejar su cumpleaños y el SeñorPresidente le envía el alcohol para que celebre como el chayote manda. 5) La sofisticación del embute incluye otorgar contratos de publicidad a portales que ni los propietarios le dan like o regalar Hummers que, luego, esos periodistas presumen en Facebook. 6)…

Miguel Ángel Mancera es un caso parecido. Incapaz de tener una personalidad de embrujo, su vocero opera con la cartera en la mano. Recuerdo cuando tres fotoperiodistas interrumpieron un discurso de Mancera para recordarle la impunidad que aún persiste en los homicidios del fotógrafo Rubén Espinosa, de la activista Nadia Vera, de la maquillista Yesenia Quiroz, de la empleada doméstica Alejandra Negrete, y de Mile Virginia Martín, la mujer que medios cercanos al GDF le colgaron todos los sambenitos posibles sólo por ser colombiana. ¿Qué hizo el vocero de Mancera? Echó a andar el chantaje de la publicidad para que no se hablara del reclamo de justicia.

LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE ALEJANDRO ALMAZÁN: YA SOMOS CIUDAD DE MÉXICO, ¿Y LUEGO?

En los estados, los gobernadores no discuten con los reporteros (la mayoría de ellos, dicho sea de paso, son aguerridos). La estrategia de estos políticos, como la de Peña o la de Mancera, es la de seducir a los dueños o a los propios periodistas, haciéndoles creer que con ellos comparten el poder. Conozco a colegas en el DF que alardean de la cercanía con equis o ye funcionario; se emocionan como niños en una heladería cuando me cuentan que los consultan, que les llaman por teléfono. Están más preocupados en conseguir los privilegios del poder que en informar.

Para nuestra suerte, cada vez se leen menos los medios tradicionales. La línea editorial y sus columnistas —los cuales parecen cobrar por adulación—, han orillado al lector a no creerles. Igual que la clase política mexicana, esta prensa oficialista carece de moral. Son los medios (casi) independientes los que nos ayudan a sortear esta crisis informativa (el “casi” lo digo porque no existen paraísos editoriales; siempre hay un interés, aunque sea mínimo).

Allá afuera tenemos dos tipos de periodismo: el que le aplaude al poder y el que le silba. Y muchos aprendimos a silbar desde muy niños, por fortuna.

 

Posdata

Lectxr,

Esta Ciudad Chilango es la última antes de volver a empezar. Gracias por la complicidad en estos tres años. Echaré de menos los martes. Espero nos leamos pronto.

Gracias a Gustavo Guzmán por sumarme a esta aventura periodística llamada Más por más. Mi agradecimiento siempre, compadre.