Nos parece relativamente normal, aunque irritante, que en un bar le den siempre la cuenta al hombre, y nunca a la mujer, o que un mecánico explique las sutilezas de su oficio a un hombre dando por descontado que la mujer —ahí presente— no puede saber ni por asomo dónde está un carburador (yo no tengo la más pálida idea). Se despacha el asunto diciendo que hay medios u oficios machistas, pero curiosamente están siempre en otro lado, nunca entre los cultos y progresistas, nunca en uno mismo.
Sin embargo, en la cultura pasa lo mismo. Los premios, los reconocimientos y la administración del canon se reparten fundamentalmente entre hombres. Cantineros, los escritores mexicanos suelen decidirlo todo al calor de la camaradería, de la cual siempre se excluye —cómo no— a las mujeres. Estas cosas se dicen poco; por un lado, porque la costumbre tiende su velo conservador sobre todo, y por otro porque cuando una mujer se queja de estas actitudes se le tilda sin miramientos de “feminazi” o, recurriendo al círculo vicioso del machismo, de “amargada” e “histérica”.
Por eso me entusiasma que una iniciativa como #RopaSucia haya tenido la recepción que tuvo. Las poetas Paula Abramo, Maricela Guerrero y Xitlálitl Rodríguez crearon el hashtag en redes sociales para denunciar, desde la anécdota personal, expresiones de machismo y exclusión de género en el medio cultural y académico mexicano. Y el asunto se desbordó: más personas de las imaginables sumaron su denuncia y contaron su experiencia con el machismo de las instituciones culturales. El hashtag luego cuajó en una pieza de las tres poetas para la exposición Todos los originales serán destruidos, que se (re)estrenó en la Galería Libertad, en Querétaro, a fines de julio.
Dos cosas me parecen geniales de esta iniciativa. Por un lado, el afán de rescatar las historias personales, los ejemplos puntuales de frases escuchadas o leídas en las que se excluye y rechaza a las mujeres de la aburrida y cantinera fiesta de la “cultura mexicana”. El segundo aspecto que destaco es el poder de extrañamiento que puede tener un proyecto de este tipo; es decir, su capacidad para borrar la costumbre y, al citar y repetir las frases discriminatorias, poner de relieve lo estúpido y mezquino que resulta todo.
Es un hecho que el mundo cultural y literario en México es tan machista como el de la mecánica automotriz. A cientos de profesores, editores y burócratas de la cultura les resulta imposible imaginar que una mujer integre y decida el canon literario del mismo modo que a un mecánico le parece ocioso explicarle una mujer dónde está el mentado carburador.
Hacer un examen de conciencia sobre el papel que cada uno tiene en la preservación de este modelo es un paso importante. El siguiente, creo, es proponer acciones concretas y positivas para revertir una tendencia tan expandida y asentada que obviamente no se puede combatir con pura “buena onda”: deben establecerse mecanismos (cuotas, por ejemplo) para equilibrar la proporción de mujeres en antologías, becas, jurados y redacciones. La pereza mental no se disipa sola.
(Daniel Saldaña París)