En la solitaria plaza principal de Ciudad Mier, la pascua de 2014 es tan silenciosa como cualquier monte ardiente del noreste de México. Solo un par de fotografías de Juan Pablo II, ampliadas y colocadas en los ventanales de una casona blanca sobresalen como novedad en el paisaje de uno de los pueblos de Tamaulipas más dañados por la guerra del narco.
El edificio de la presidencia municipal parece vacío, porque todas las puertas interiores están cerradas por completo, pero después de tocar, algunos empleados públicos aparecen.
– No, el alcalde no está- responde con amabilidad una mujer cuando se le pregunta por el presidente municipal.
– ¿A qué hora vendrá?
– No sabemos.
– ¿Dónde está? Quizá puedo ir a alcanzarlo a donde esté…
– Está en McAllen, Texas.
– ¿Puede llamarlo y preguntarle si lo esperamos para verlo aquí en la noche cuando regrese?
– Es que allá apaga su celular por cuestiones del roaming en Estados Unidos…
– ¿Y cómo le hacen para avisarle de una emergencia?
– Pues él se comunica.
Este miércoles de Pascua, Roberto González, alcalde de Ciudad Mier está en un Toys R and Us comprando juguetes para la celebración del Día del Niño, según informa la secretaria del Ayuntamiento, Nereida Partida Vázquez.
Junto a la presidencia municipal de Ciudad Mier, está la Parroquia de la Inmaculada Concepción, que en una esquina de su cruz principal tiene el vestigio de un impacto de bala calibre .50. Ahí adentro también hay una imagen grande del Papa Juan Pablo II, con motivo de su proceso de canonización que sucede en el lejano Vaticano. El sacerdote Juan Candelario Ríos Barrios, un joven treintañero aparece en el atrio principal vestido con su sotana negra. Dos semanas atrás tuvo que tirarse al suelo mientras escuchaba una balacera en las afueras de la modesta Casa Parroquial en la que vive, pero ahora está tranquilo y de buen humor.
Cande tiene apenas cinco años de haberse ordenado como sacerdote. Acaba de cumplirlos el pasado 14 de abril. De esos cinco años, dos los pasó en la Parroquia de Nava, Coahuila, un pueblo de la región de los Cinco Manantiales que también fue arrasado por la guerra con saqueos y masacres. Después de Nava, fue transferido a Ciudad Mier, en donde lleva otro par de años. Cande forma parte de una generación de sacerdotes jóvenes de la Iglesia Católica que han empezado a cumplir su misión sacerdotal en medio de la guerra. “Me ha tocado estar en lugares fuertes. Eso me ha dado la oportunidad de crecer espiritualmente”, dice el joven nacido en León, Guanajuato y miembro de la congregación de Misioneros de la Natividad de María. “Hace poco tuvimos una reunión de sacerdotes jóvenes y decíamos que nos ha tocado algo nuevo. Lo bueno es que Dios no nos da algo que no podamos superar”.
Durante 2010, uno de los años más difíciles de la guerra, Cande y los demás sacerdotes de la región de los Cinco Manantiales, fueron llamados a una reunión con el Obispo de Piedras Negras, Alonso Garza, quien les dijo que se cuidaran. “No quiero mártires”, les advirtió. Un año después, Cande recibió la noticia de que sería cambiado de Nava. “Cuando empecé a avisar en Nava que me iba a cambiar de parroquia, la gente primero ponía un rostro de tristeza por la partida, pero luego uno de alivio por mí. Después me preguntaban: ¿a dónde se va, padre? Yo les decía: a Ciudad Mier, y se les quitaba el rostro de alivio”.
La llegada del nuevo sacerdote al pueblo de Ciudad Mier no fue como se retrata en las películas mexicanas clásicas, en las que el pueblo entero sale a recibirlo. Primero porque queda poco pueblo: de 20 mil habitantes, Ciudad Mier redujo a 1 mil 500 el número de habitantes en tan sólo dos años. Para diversos especialistas, es el lugar con la tasa de desplazamientos forzados más alta del país, y una de las mayores a nivel internacional. Segundo, porque los escasos pobladores que se han quedado viven con recelo y se les dificulta confiar en los forasteros. Gustavo Rodríguez, Obispo de Nuevo Laredo, llegó a Ciudad Mier para oficiar la misa de toma de protesta y presentarlo ante la comunidad. El jerarca religioso de Nuevo Laredo -cómo no hacerlo-, se ha interesado particularmente en el tema de la guerra. Es uno de los principales autores de un documento hecho por la Conferencia Episcopal ante la violencia que ha sacudido al país en los años recientes, del cual salieron un centenar de páginas muy críticas de la realidad y una oración de paz especial para el conflicto mexicano. Esa oración, Cande la ha rezado en Ciudad Mier más de una vez. “Cuando pasan cosas como estas, la gente se vuelve más sensible, busca su espiritualidad. Pero cuando llegué yo aquí ya no había tanta guerra. A través de la gente viví la guerra fuerte que aquí se vivió. A mi lo que más me ha impresionado no es que haya habido personas descuartizadas o colgadas, sino que entre familiares hayan terminado con sus vidas unos contra otros, por formar parte de bandos distintos del crimen organizado. Estamos hablando de asesinatos de padres e hijos, hermanos, tíos, primos…”, relata.
Cande recibe en su confesionario y en la parroquia las historias de un pueblo traumado. “Son tantas experiencias muy fuertes las que me han contado que he soñado un par de veces que me secuestran a mí y me pasan otras de las cosas que me cuentan. Estoy aprendiendo a tener más fuerza espiritual para poder ayudar al pueblo”.
Pero Ciudad Mier, además de permanecer bajo una difícil terapia espiritual, busca evidenciar su situación y salir adelante socialmente. El alcalde Roberto González que en Pascua andaba en los Malls de McAllen, una semana atrás había encabezado una pequeña concentración de personas que caminaron de la plaza principal hacia la carretera. Esa ha sido la única marcha por la paz que ha sucedido en todo el siglo XXI en este pueblo que se desvanece a causa de la guerra.
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(DIEGO ENRIQUE OSORNO / @diegoeosorno)