Se preguntaba Amartya Sen (premio Nobel de economía 1998) por qué en democracias no hay hambrunas, pero en dictaduras sí. Su respuesta es simple y brutal: los dictadores no mueren de hambre. Los líderes en la democracia tampoco, cierto, pero en la democracia esperaríamos observar mecanismos de representación, rendición de cuentas, y castigo que les impondrían altísimos costos a esos líderes de ocurrir una hambruna.
Hay en México (Enoe, T2 2013) 6.7 millones de personas ocupadas que ganan un salario mínimo (o menos): $58 pesos al día (reales) en 2014, que eran $81 en 1994. Una pérdida real de 29% en 20 años. Quienes ganan un salario mínimo representan 13% del total de personas ocupadas en México, formal o informalmente. En el Distrito Federal hay 352 mil personas que ganan un salario mínimo; 8% de todos los ocupados. Sirva el dato para quienes con la mano en la cintura afirman que nadie gana un salario mínimo en México.
GRÁFICA 1
Una buena forma de poner estos datos en perspectiva, es compararlos con otros países, digamos, en América. México es el segundo país con el salario mínimo más bajo de todo el continente, apenitas por arriba de Haití. Pero al mismo tiempo es el quinto con el ingreso per cápita más alto. Brasil, por ejemplo, tiene un PIB per cápita equivalente a 0.9 del nuestro; pero un salario mínimo 2.6 veces más alto. Esto es síntoma de un país desigual, lo sabemos, pero también de uno cuyo mercado laboral condena legalmente a casi 7 millones de mexicanos a la pauperización.
GRÁFICA 2
¿Cómo es que la democracia mexicana ha permitido esto? Regresemos a Sen: hay en México una brecha monstruosa entre representantes y representados. Somos el país de América con el salario mensual de legisladores más alto. Sí, el país con el segundo salario mínimo más bajo para trabajadores tiene el salario más alto para legisladores. En Brasil, que ocupa el lejano segundo puesto, los legisladores ganan 40 salarios mínimos brasileños; en México, nuestros legisladores reciben 122 y el Presidente 149; más del doble sobre el segundo lugar, República Dominicana (70).
¿Por qué en México tenemos políticos ricos y trabajadores pobrísimos? Porque nuestros mecanismos de representación no existen; porque la exclusión legalizada de los segundos no implica costo político alguno para los primeros. De un lado, políticos nacionales que no se ruborizan para decidir pagarse entre 122 y 149 salarios mínimos mientras legalmente millones de trabajadores no ganen siquiera lo justo para vivir. Del otro lado, trabajadores desprovistos de herramientas democráticas básicas para modificar ambas cosas. La Comisión Nacional de Salarios Mínimos está diseñada para ser lo opuesto: un mecanismo de no-representación.
Sorprende gratamente descubrir que el 1º de mayo amanecimos con un alcalde de izquierda que puso en la discusión nacional lo absurdo y excluyente del salario mínimo nacional.
Señor Mancera, no suelte el tema.
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