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No sé cómo decírselos, pero ya no podemos vivir en un país donde matan gente por capricho. Si se hartaron de ver tanta sangre con Felipe Calderón y hoy es mejor creerse el cuento de que la guerra ha terminado, entonces supongo que hasta aquí leerán. Ni hablar. Suerte. Para quienes se han quedado, vengo a hablarles de la muerte.
Empezaré por leerles uno de los 20 poemas que el camarada John Gibler escribió para ser leídos durante una balacera.
¡No mames, güey, guarda la fusca! ¿Qué vas a hacer con una pinche pistolita frente a cuarenta cabrones con ametralladoras? Tal vez si estuviéramos organizados, como los compas en el sur, pero aquí no, y es eso lo que nos falta, organizarnos, pero ¿cómo, con tanto plomo en el aire, con tanta saña polarizada, con tantos siglos en el ahorita?
Quizá les parezca apocalíptico el poema, pero no lo es. Lo que sucede es que a la mayoría del chilango parece no importarle que a 300 kilómetros hacia el oeste, el estado que le dio estilo a las carnitas de nuestros mercados viva con el miedo a quemarropa y deba armarse para hacer lo que al Estado le importa un carajo: la vida de las personas. Tampoco parece interesarle tanto asesinado, porque de lo contrario ya habría salido a las calles, ya le hubiera dicho al señor capo que si hemos respetado su derecho a morir en el cumplimiento de su deber, él debería respetar nuestro derecho a la vida.
Mucho chilango anda indolente y todos sus sinónimos. Hace marchas a favor de los animales, pero se olvida de hacer algo por el norteño, el sureño, el pinche prójimo. Se junta en el Ángel de la Independencia para celebrar a once hombres y un balón, y no puede siquiera regarle un minuto de silencio a la velada anual que recuerda a los 49 niños que murieron quemados en la guardería ABC. Le desaparecen doce jóvenes de un antro y no le interesa preguntar en dónde están o si el narco ha llegado para quedarse. También parece darle pena su origen migrante; de otro modo defendería al paisano y al extranjero que se trepan en el tren que va pa’l norte. Ya ni las lagartijas son tan indiferentes.
El chilango del que les hablo no se ha enterado bien a bien que en la sierra de Sinaloa, Durango y Chihuahua el asesinato ha desbancado a la diabetes en el top de las causas de muerte. No quiere darse cuenta de que todos los días, en Morelos o el Estado de México, hay secuestros y feminicidios ni que en Tamaulipas, Guerrero y Coahuila la maldita cuota cerró miles de negocios. No quiere saber si a las prostitutas de La Merced les pegan, si se las van a llevar a Tijuana para explotarlas, o quiénes protegen al proxeneta. No presta atención cuando le hablan de tráfico de niños, de políticos corruptos, de pedofilia.
Más bien está confiado, cree que la violencia queda muy lejos y lleva al hashtag a un futbolista que murió de un infarto.
El chilango debería hablar ya de organizarnos, de importarnos, de salvarnos. ¿O quieren que hablemos del verano?
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*Estudió comunicación en la UNAM. Ha colaborado en Reforma, Milenio y El Universal y el semanario Emeequis. Es tres veces Premio Nacional de Periodismo en Crónica. Autor de Gumaro de Dios, El Caníbal, Placa 36, Entre Perros y El más buscado.
(Alejandro Almazán)