Tengo la impresión de que estamos en un punto en que el Ángel de la Independencia podría desaparecer una noche de los altos de su columna y acabar vendido en la versión filipina de mercadolibre. Total: acá se “controlan los daños”, es decir, se arma una rueda de prensa en la que el secretario de Gobernación prometa que se aclararán los hechos y la procuradora muestre una foto reciente (o no) del principal sospechoso del hurto. Y al día siguiente, los columnistas de a bordo advierten que todo se trata de una conspiración para desacreditar al señor Presidente y que no hay que dejarnos engañar porque está mucho peor que haya maestros marchando, y a ese paso vamos a terminar como Grecia. Y ya: la cosa se enfría y nos quedamos sin Ángel. Porque, bueno, la Independencia nos queda claro que se perdió hace mucho.
Si recorriéramos el país en un avioncito como aquel en el que Carlos Fuentes hizo volar a Fernando Benítez en su más bien intragable Cristóbal Nonato, es decir, una suerte de palco desde donde se pueda contemplar el desastre que nos asalta por los cuatro costados, quizá acabaríamos llorando. Justo como el Benítez de la novela. Por aquí, minería ilegal que viola todas las reglamentaciones ambientales posibles, contamina y arrasa con pueblos, cultivos, entorno y fauna. Por allá, ordeña de ductos petroleros, secuestros, asesinatos, “desapariciones”, prensa acallada. Y por acullá, remate de los bienes nacionales. Los que quedan. Y por todos lados, el omnipresente “crimen organizado”, al que apenas se le distingue del Estado de tan simbióticos como andan uno y otro.
A mitad de sexenio, se nota el agotamiento de poder presidencial. No sólo por la fuga del Chapo. No sólo por los crecientes rumores de mala salud del Presidente o desencuentros con su mujer. No: pareciera que el gobierno es incapaz de llevar a cabo su programa y se le desmorona el camino debajo de los pies. El fracaso de la primera ronda de privatización petrolera es buena muestra de ello. Y esto, en el escenario político de oposición dividida, inepta y débil, y de mayoría legislativa suficiente (gracias a las alianzas con esos corsarios del Verde y Nueva Alianza) significa que el poder político institucional ya quiere decir poco y el que manda es el dinero. El desprestigio de la administración federal ha abierto un campo en que los “inversionistas” de toda clase, legales o no, sean pillos armados o gentlemen de gusto refinado, tienen el mango de la sartén.
No será raro que terminemos el sexenio sin seguridad social y en bancarrota (el dólar sube y sube) y sin el mínimo consuelo del petróleo. El fracaso del Estado nos pone directamente en manos de otros buitres. Unos que no tienen siquiera coartada democrática.