Acá en el noreste de México tenemos a un político al que le dicen “El Bronco” y que, para bien y para mal, honra su apodo. Se llama Jaime Rodríguez y hace unos días lo escuché dar un dato estremecedor en una entrevista radiofónica con el periodista Mario Gámez: en Nuevo León un policía gana el doble de sueldo que un maestro. Verifiqué de inmediato la tabulación salarial del estado y encontré que desde 2011 los efectivos de la nueva policía, llamada Fuerza Civil, perciben entre 15 mil 148 y 21 mil 045 pesos al mes, mientras que un maestro de primaria recibe como pago entre 5 mil 287 y 7 mil 603 pesos. Los policías de Nuevo León no ganan el doble que los maestros: ganan casi el triple. Esta aberración es uno de los tantos efectos visibles de la necropolítica implementada durante la anterior administración federal. No sólo el expresidente Felipe Calderón usó políticamente el tema del combate al narco para legitimar su dramática llegada al gobierno. Gobernadores y alcaldes, pero sobre todo jefes policiales, mandos militares y empresarios del ramo de la seguridad se montaron y alentaron, como buenos halcones de guerra, esta estrategia a todas luces fallida, para llevar a cabo jugosos negocios a costa de la muerte y el sufrimiento. Fracasaron en su misión de dar seguridad a la población, pero tuvieron éxito en sus particulares planes pecuniarios: nunca como en los años recientes, a costa del presupuesto del sector educativo y social, aumentó tanto el de la secretaría de la Defensa Nacional, el de la Marina y el del ramo de Seguridad Pública Federal. El sexenio pasado dejó a miles de civiles en luto y a cientos de halcones de guerra en la riqueza. ¿Y qué está haciendo el nuevo gobierno federal en cuanto al combate al narcotráfico? Uno de los periodistas latinoamericanos mejor informados, el salvadoreño Carlos Dada, me preguntaba por qué en el extranjero, en tan sólo un año, dejaron de escuchar que México era un país que se hundía en un derramamiento de sangre imparable para oír que ahora era el país de moda en América Latina. ¿Acaso se acabó la guerra del narco? Lo primero que hay reflexionar es que el gobierno de Enrique Peña Nieto -fiel a su táctica habitual de primero la forma y luego el fondo- hizo un cambio radical en el tema, pero en el área de imagen gubernamental. La anterior administración federal tenía una errática estrategia de comunicación social en la que por momentos se resaltaba la palabra “guerra” en su narrativa y en otros la combatía, mientras que por su lado, Felipe Calderón abordaba el tema del narco ante la opinión pública como si fuera el procurador y no el presidente de la república. Las cosas cambiaron. Ahora tenemos un presidente que nunca ha mencionado el nombre de Joaquín “El Chapo” Guzmán y un equipo de comunicación social dirigido por David López, un experto en el tema, nacido en Sinaloa, que opera a diario de múltiples formas para sacar los hechos delictivos de las portadas de los diarios y hacer que vayan en la sección de nota roja. Ante el problema de la violencia del narco, la actual administración recurrió a la vieja estrategia de apagar la alarma de incendio, aunque el fuego sigue encendido. El fuego sigue encendido porque ni las ejecuciones ni las desapariciones forzadas ni las extorsiones de la mafia han dejado de suceder regularmente en decenas de pueblos y ciudades de México. Con excepción de Michoacán y Guerrero, lo que sí ha disminuido ahora son los eventos llamados de “alto impacto”. No hay incendios del Casino Royale, estudiantes del Tec muertos en el fuego cruzado, cadáveres apilados a la entrada de Veracruz o cabezas humanas guardadas en hieleras afueras de los periódicos. ¿Por qué han disminuido estos eventos? Por otra decisión del nuevo gobierno federal: la de replegar al Ejército y a la Marina de la primera línea de combate al narco. En cuanto esto sucedió es un hecho que también hubo un repliegue, pactado o no, de los grupos armados al servicio del crimen organizado. Durante lo que va de este sexenio los cárteles han buscado el mínimo enfrentamiento y están tratando de restablecer viejos acuerdos de coexistencia pacífica. Ahora en las administraciones públicas de los diversos niveles hay más consiglieris que halcones a cargo del tema. Esta nueva regla de hacer más narcopolítica y menos necropolítica, junto con la nueva estrategia de comunicación social de la presidencia, es la que ha devuelto las acciones violentas del crimen organizado a su antigua zona de sombras. Como quiera hay que esperar, ojalá, análisis a fondo de académicos como Fernando Escalante y Eduardo Guerrero, para precisar lo que está pasando en la estadística de la sangre mexicana. Quizá ellos podrán respondernos si la nueva estrategia está siendo exitosa o solo es un espejismo mediático. Por ahora sabemos que Felipe Calderón demostró tanto entusiasmo como ineptitud para combatir al narco. Y por supuesto que no podemos regresar a ese modelo que por igual llenó de dolor las casas de miles de mexicanos que de dinero los bolsillos de los máximos jefes policiales, altos mandos militares y empresarios indolentes. Seguramente el reto de la violencia ligada al narco no ha terminado en México. Pareciera que solo estamos en un trance en el que luchan los impulsores de la necropolítica y los de la narcopolítica, y es por eso que, absurdamente, un maestro de primaria de Nuevo León recibe un sueldo casi tres veces menor que el de un policía. Mientras esta y otras aberraciones no desaparezcan, cualquier cosa inesperada puede volver a suceder. Y no habrá estrategia de comunicación social ni consiglieris que puedan tapar el sol.
(DIEGO ENRIQUE OSORNO / @diegoeosorno)