Que levante la mano el que ande buscado departamento en la colonia Juárez, en donde parece que siempre está nubladito, sobre todo ahora que llueve un montón, pero igualmente por tanto árbol y jardinera y porque no hay un cableado exterior que impida que el cielo sea más cielo y las nubes también. Que nos cuente su secreto el que haya encontrado uno por debajo de los, digamos, $13,000 mensuales, que es el precio de uno que acabo de ver en la Plaza Washington, acogedor centro de barrio, arriba de la pizzería rica y semi vacía.
Que los lectores opinen si la ciudad está para esas rentas, si los sueldos aumentan a la par, si los capitalinos de a pie actualmente podemos darnos el lujo de vivir en la hermosa Juárez. Que corran las anécdotas. Yo aquí comparto una: “¿Cuántos metros tiene el departamento?”, le pregunto el otro día a una corredora de bienes raíces. “Tiene dos metros: Sevilla e Insurgentes.” Plop.
De igual manera, puedo relatar que de los más o menos 30 papelitos con mis datos que he dejado en los inmuebles que me gustan, sólo una persona ha llamado. Que me deja su departamento en la calle de Roma en $18,000 (¿no le pierde?), que puedo ir a verlo sin compromiso, que el edificio se ve feo por fuera, pero que adentro está in-cre-í-ble. ¿Cuánto dinero se tiene que ganar para permitirse un lugar así?
En eso pensaba la otra tarde mientras pasaba por afuera del edificio en Liverpool 1, tan lindo y costoso. Nadie que yo conozca podría pagar una renta ahí. Pero hay quienes sí (¿quiénes son?, ¿en qué trabajan?, ¿por qué no mejor compran?). Como cuando en el salón todos nos poníamos de acuerdo para faltar a una clase, pero un niño decidía quedarse y acusarnos a todos con el maestro.
¿Qué le ve(mos) tanta gente a la Juárez, así tan de repente? La banquetas están rotas, abunda la basura, las jardineras piden mantenimiento a gritos, la delegación ha decidido no prender las luminarias. Pero las rentas son como de Havre, Tokio, Milán (las ciudades). Hasta da la impresión de que la economía del país va mejorando. Pero ya ni le sigo porque qué chocantes los columnistas que nos quejamos de más.
¿Y si mejor escribo del restaurante tan lindo en donde comí el otro día en la esquina de Toledo y Paseo de la Reforma? Se llama La Lanterna, es de 1966, italiano, y me gusta mucho porque lo tratan a uno como rey y el filete al burro nero se come con alegría. Asimismo, me permito mencionar otras delicias de la Juárez como el Bellinghausen (Londres 95) y su famoso Chemita o Casa Bell (Praga 14) y su ensalada de bonito, así como las tortas ahogadas de El Pialadero de Guadalajara (Hamburgo 332).
En otra ocasión me dedicaré a relatar la historia de esta bella colonia fraccionada en los años setenta del siglo XIX en la parte Norponiente del lago desecado, la de menos profundidad. Su reciente transformación dejaría boquiabiertos a los capitalinos que la habitaron por primera vez, esos que le pusieron a sus casas aleros para la nieve, o a los que frecuentaban el cabaret Jacarandas en los años sesenta en esa “zona del arte y del buen gusto” que fue la Zona Rosa según el suplemento México en la cultura.
Si algún amable lector no ha ido en varios años, le recomiendo que descubra el Museo del Chocolate (Milán 45), que vea cómo arreglaron los edificios de Havre 69 y 83, que note el letrero de “Se renta” en la casa que ocuparon por muchos años los caballeros de la Soberana Orden de Malta, ahí donde Madero tuvo su vivienda, en Berlín y Liverpool. Para terminar sugiero un café Pin Pon en Gabi’s (Liverpool 68). Pero nada de buscar departamento, so pena de desmoralizarse, especialmente ahora con el catastrófico 16% de IVA que quieren agregarle a las rentas.
¿Será que los promotores de estas reformas hacendarias (incendiarias) son los únicos que pueden costearse una vida en la colonia Juárez?
(JORGE PEDRO URIBE LLAMAS)