Necios y desfachatados que miran la paja en el ojo ajeno, cuando traen en el propio una pinche viga del tamaño de la cruz del Cristo de Iztapalapa.
Esto ocurrió hace días en un renovado tren con pasajeros nada renovados. El tren luce con nuevas tecnologías y los pasajeros con las mismas mañas. Particularmente dos mujeres que deambulan entre vagón y vagón hasta que encuentran a su víctima: es un suculento joven que seguro viene borracho y que está dormido recargado en un pasamanos con la mochila colgando entre su hombro y el piso.
Una de las mujeres se acerca al pasajero jetón, la otra cuida que nadie vea lo que su cómplice está a punto de hacer. Un cuarto pasajero observa la escena y decide intervenir, se niega a quedarse callado porque tal vez pensó que el borracho jetón podría ser él. El pasajero desenfunda su celular y apunta hacia la ratera como un pistolero de esos que se hacen virales en las redes sociales.
“¡¿Qué haces, amiga?!”, le pregunta el pistolero con aires de ironía, pues es evidente que está ante un robo. La ratera se levanta en chinga asustada; su cómplice, cuya misión era vigilar, claramente fracasa y corre al vagón de junto y luego al otro y así hasta perderse. La ratera se quedó acorralada, amenazada con la cámara del celular del pistolero viral que le advierte que eso es robo calificado, que él tiene la evidencia, que se la mostrará al primer policía que se encuentre, que eso no se hace, que no sabe en qué problema se está metiendo y que no se vale abusar del prójimo chilango dormido. Ella está nerviosa, le ruega que la perdone, que ya no lo vuelve a hacer, que por favor la deje ir, que no diga nada, que agarre la onda… y después de meterse una pastilla para el mal aliento, la ratera pronuncia una de las prerrogativas identitarias que más me divierten de los chilangos: “Ira, entiéndeme… es que… se me hizo fácil”. ¡Bravo! Se oyen aplausos, el Estadio Azteca repleto nutre la ovación y lo hace de pie, el cielo se abre y los arcángeles chilangos bailan una huaracha sabrosona para celebrar el momento. “Se me hizo fácil”. ¿A poco no es bonito recordar esta escena un día después del aniversario (yo digo luctuoso, porque a la muerta nadie la respeta) de la Constitución mexicana? Se me hizo fácil y me valió riata respetar la ley. En la historia y el presente de este país, pululan las acciones basadas en la premisa del “Se me hizo fácil”. Se me hizo fácil: robar, saquear, mentir, plagiar, golpear, matar, secuestrar, traficar, copiar, tirar, estorbar, esconder, violar, escupir, gritar, chocar, ensuciar, manejar, atropellar, manipular…
Esa ratera evidenció a todos los mexicanos a los que se nos hace fácil violar la más mínima regla, el más básico acuerdo colectivo con tal de hacer lo que se nos pegue la gana. Porque como nadie castiga, como nadie respeta a la muerta Constitución, porque como la impunidad es constante, porque como la corrupción no hace justicia, a todos se nos hace fácil joder al prójimo. Ojalá que un día de estos a todos se nos haga difícil violar la ley para que así nos tomen en serio los políticos, administradores y gobernantes a los que diario les gritamos “¡pinches ratas!”.
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