Estoy trastornado. Nunca una palabra habría definido mejor mi estado anímico. Trastornado tras el tornado que en seis segundos devastó Ciudad Acuña. El sentido del tiempo ya no es lo mismo para mí.
Por algo los viejos semanarios se volvieron diarios, y por algo hoy los diarios se han vuelto minutarios ante la oleada de las redes sociales que segundo a segundo arrojan espuma sobre la arena de nuestro pensamiento. Por algo canta Silvio Rodríguez en uno de sus mejores versos: “Lo más terrible se aprende en seguida, lo hermoso nos cuesta la vida”.
Pensé que sólo los humanos teníamos prisa, que sólo nosotros andábamos corriendo en medio de todo, tratando de ganarle al tiempo, pero los últimos acontecimientos nos dicen que la naturaleza también tiene prisa. Ya le contagiamos nuestra neurosis, nuestra ansiedad compulsiva por devorarlo todo. Si hace 30 años se tomó dos minutos de su tiempo para destruir la Ciudad de México vía el terremoto, hoy en seis segundos Ciudad Acuña voló por los cielos por la destrucción precoz de un tornado apresurado que condensó su poder devastador en una mínima fracción de tiempo.
Así como están las cosas da la impresión de que el Apocalipsis vendrá en el formato de un tuit, que no tendremos tiempo ni de despedirnos ni de prender la cámara, y que aunque dicen las sagradas y sangradas escrituras que Dios tardó seis días en crear el mundo y uno en descansar, parece que al final se ha desencantado de su obra y la va a destruir en apenas unos segundos para tomarse los siete días de vacaciones.
Otra cosa es el hecho de que las alarmas no funcionaron, que las alertas del meteorológico no fueron escuchadas, que las posibilidades tecnológicas de la civilización no aparecieron en la antesala de la catástrofe y que las autoridades no hacen más que echarse la bolita ante las responsabilidades no cumplidas. Toda esa suma de pifias y gazapos no nos habla del poder destructivo de la naturaleza, sino de la naturaleza devastadora de la mediocridad, de la falta de preparación y de la corrupción de las autoridades, pero sobre todo del poco valor que tiene la vida humana en estos tiempos en que bastan seis segundos para acabar con una ciudad.
(FERNANDO RIVERA CALDERÓN)