Para muchos mexicanos, ver el partido del sábado anterior en el que se enfrentaron Holanda y Costa Rica fue como echarle limón a la herida aún fresca que nos hizo la naranja mecánica. Cómo nos hubiera gustado ver a los ticos humillar a ese equipo implacable que posee evidentes dotes histriónicas, un portero robótico diseñado para atajar penales y una limpieza muy cuestionable. Por desgracia, no nos fue concedido. Ahora, un nuevo equipo latinoamericano tiene la oportunidad de reivindicarnos en la cancha y sin embargo el asunto no entusiasma a muchos de por aquí. Se diría que los mexicanos no saben qué desear respecto a ese partido. Por un lado hay consenso en el rencor hacia Holanda y por otro ambigüedad —cuando no una aversión descarada— hacia los compatriotas de Messi.
Desde los años setenta, hemos convivido muy de cerca con los argentinos. Los recibimos cuando escaparon de la dictadura y más tarde durante las diferentes crisis que han tenido lugar en su país. A pesar de la distancia que hay entre nuestros territorios, conocemos mucho más a los argentinos que a los guatemaltecos, no se diga a los beliceños. Sabemos que no les faltan cualidades: son emprendedores y creativos. Los que no tienen decenas de diplomas son autodidactas. Yo, por ejemplo, admiro que sepan protestar ante los abusos de sus gobiernos. Son guapos, elocuentes… y me pregunto si, en muchos casos, no es envidia más que rencor lo que anima nuestra enjundia. No sabemos cómo nos iría si emigráramos masivamente a Buenos Aires, lo que sí sabemos es que cuando vamos como turistas nos tratan de maravilla.
Tanto los mexicanos como los argentinos somos pueblos temperamentales y propensos al drama, cada uno a su manera. De ahí esa relación de amor odio entre nosotros, semejante a la que prevalece entre tapatíos y chilangos.
En lo que respecta al fútbol, nuestro rencor es histórico: nos eliminaron en el 2006 y en el 2010. Pero ya antes habíamos mostrado nuestro rechazo en el Mundial de México cuando, minutos antes de que comenzara la final Argentina vs Alemania, se llevaron una rechifla en el Estadio Azteca mientras tocaban su himno. Los hinchas argentinos, todos lo sabemos, son más que llevaditos. Tienen humor negro y les encanta la cábula. Desde el inicio de Brasil 2014 han popularizado un canto cuyo íncipit reza: “Brasil decime qué se siente, tener en casa a tu papá˝ y después de la lamentable lesión del goleador brasileiro, cantaron armados de una espina dorsal que parecía real: “Aquí está, aquí está, la columna de Neymar!˝, ni más ni menos que en Copacabana. Sin embargo, el argumento que adoptan muchos mexicanos para no irle a Argentina en el partido de hoy no es la crueldad de sus aficionados sino el temor a que en general “sus ínfulas crezcan aún más˝, ese ego desde cuyas cimas —según reza la caricatura— es posible suicidarse. Yo creo que en materia de futbol pueden sentirse orgullosos aunque nos cueste reconocerlo. No podemos, para cuestionarlo, apelar eternamente al episodio de “la mano de Dios”.
Recuerdo que hace unos meses, en un partido amistoso premundial que jugó México contra Bosnia, un narrador de Univisión auguró —de la nada— que Argentina no sería campeón este año. Del mismo modo, el sábado anterior, cuando se enfrentaron a Bélgica, los narradores de Televisión Azteca parecían dedicados a criticar injustamente el juego de la selección albiceleste. Los argentinos no sólo son un pueblo latinoamericano más, sino que forman una parte íntima de nuestra sociedad. Desde hace décadas trabajan, se casan y tienen hijos con nosotros. Por eso y por la forma en que nos derrotaron los holandeses, nos corresponde apoyarlos en su disputa contra el equipo de Robben. Más que en la autoestima argentina deberíamos pensar qué le pasa a la nuestra y si parte de esa derrota que aún no logramos digerir no se debió a una carencia de seguridad en nosotros mismos y en lo que somos capaces de hacer.
(GUADALUPE NETTEL / [email protected])