Señora muerte

“El triunfo de la muerte”. Tal es el nombre de un asombroso óleo del artista flamenco Pieter Brueghel ‘el Viejo‘. Fue pintado alrededor de 1562. Muestra un paisaje asolado por calaveras, que, como un ejército, marchan y despedazan todo a su paso (vidas, cultivos, haciendas) sin que nadie sea capaz de hacerles frente. Es una obra bella y atormentada por igual. En aquellos tiempos, como en estos, la acumulación de desdichas masivas convirtió a la muerte en la protagonista de la vida.

El año pasado fueron los escritores. Este, los músicos. En las redes, enero se ha convertido en un mes para sentarse a ver pasar los cortejos fúnebres de caídos célebres. Y también, claro, para enzarzarnos en discusiones bizantinas sobre el significado y alcances que tienen sus defunciones. “Si alguien se pone cínico con lo de Bowie, lo bloqueo”, escribió un amigo. “Los que lloren a Bowie pero se mofen del fallecimiento del guitarrista de los Eagles, son unos hipócritas”, agregó otro. Menudearon los regaños. Los fans de Harry Potter fueron reprendidos por cinéfilos que les recordaron que el actor Alan Rickman (quien también nos dejó por estos días) fue mucho más que el profesor Snape de su saga. Y, a su vez, los defensores del fandom replicaron que cada quien puede llorar por quien quiera y que los primeros regañadores eran unos esnobs.

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Lo cierto es que resulta un misterio la forma en que reaccionamos colectivamente ante una muerte. David Bowie ha sido llorado como un semidiós, como el músico y la estrella que definió varios decenios a su alrededor. Lemmy, de Motörhead, como un padrino ineludible del rock. Los lamentos por el fenecimiento inesperado de Lalo Tex, el risueño virtuoso de la guitarra mexica y alma de Tex Tex, adquirieron tintes de reivindicación nacionalista. Un meme quiso cubrir todo el campo y mostraba a los tres músicos ―la megaestrella, el ídolo de culto, el astro de Tlaxcala― juntos y sonrientes, en una suerte de edén musical.

Pero hay muertes menos proclives a la idealización. La masacre de cocodrilos en el mangle de Tajamar, en Quintana Roo, a manos de constructores orates empeñados en urbanizar hasta el último metro de naturaleza aunque se carguen el planeta en el camino, dejó un lamento colectivo y una serie de fotos horrorosas que se esparcieron como una epidemia por las redes.

En el caso de los recientes ataques terroristas en Francia (y sus contrapartes en Líbano, Irak, África Central…) la cosa acabó en batalla campal entre quienes lamentaban los hechos, quienes lamentaban que algunos lamentaran sólo algunos atentados y no todos, quienes lamentaban a los que lamentaban que lamentaran y así.

En el fondo, pasa lo de siempre: la Nada se enseñorea pero no sabemos cómo enfrentarla. Ni la ironía ni la piedad ni la solidaridad ni hacerse el loco sirven de nada. El triunfo de la muerte es irrevocable.