¿Por qué los recuerdos que pueblan nuestra memoria se incrustaron en ella? ¿Por qué esos y no otros? ¿Qué pasa con el resto del tiempo vivido que se evapora entre las tinieblas del olvido reduciendo nuestra vida a unos cuantos momentos definitivos? Unos breves instantes, que para colmo, se transforman con el paso del tiempo y se ajustan más al anhelo de lo que quisiéramos que hubiera sido que a aquello que efectivamente fue.
Cualquier persona nacida en México con al menos treinta años cumplidos se acordará del 19 de septiembre de 1985. También de las elecciones de 1988, las matanzas de Acteal y San Salvador Atenco y de la promesa fallida de la alternancia democrática: la elección ganada por Vicente Fox. Todos estos instantes forman parte de la memoria nacional, todos forjaron el derrotero de nuestro calamitoso presente.
Las personas se parecen a los lugares en los que viven. O al revés, quién sabe. Uno de los libros de poesía que más me han sacudido, el Patterson de William Carlos Williams, trata de eso: de la comparación entre la mente de un hombre y su ciudad natal. Espejos paralelos que reflejan la existencia: el individuo y su entorno. En medio los eventos que le dan cauce a sus circunstancias.
Cada vez nos despedimos mejor –el monólogo escrito por Alejandro Ricaño y protagonizado por Diego Luna que se representará de jueves a domingo en la Sala Chopin lo que resta del año– es el viaje de un hombre al interior de su memoria en la búsqueda de esos momentos fundacionales que le expliquen quién es, qué quiere y por qué quiere lo que quiere. El tiempo perdido y las ausencias que colman nuestro presente son puestos en escena de manera trágica, conmovedora y muy inteligentemente divertida, por un hombre que nos cuenta su vida tratando de explicar, mientras intenta comprender, cómo fue que perdió a su gran amor, cómo hizo para sobrevivir la muerte de su madre y, sobre todas las cosas, cómo puede dejar un testimonio de que habitó este mundo. Un hombre que es también el retrato de su generación, de los impulsos que los motivaron, de los momentos que los definieron.
“Y yo siempre he sido alguien con un poquito de esperanza”, nos dice el protagonista de la obra. Y esta esperanza es la que funge como hilo conductor para andar esos instantes nebulosos que se encuentran entre recuerdo y recuerdo. Para seguir caminando en un mundo que no comprendemos. Y seguimos en buena medida porque hemos encontrado en el arte, la literatura, el cine y el teatro un lenguaje para ejercer catarsis sobre las preguntas que se incuban en nuestro interior. Y seguimos, sobre todo, porque, como dice el protagonista de esta obra, eso es lo que hacemos.
(DIEGO RABASA / @drabasa)